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nsión Vázquez, la esposa invisible que Mar
eerla, creyendo que autorizaba un simple proyecto de
mi huida, descubrí q
al, mientras yo me desmayaba con una am
r tras Berenice y su embarazo fingido, eligie
iera mi
el dolor se con
adre, ni merecía saber que su verd
cio contra mi pecho y subí
entre los escombros de su vida p
o será s
ítu
Artea
sabor metálico de la libertad. La pluma se sentía pesada, un arma
as era un látigo, afilada y llena de desdén. Estaba sentada en el amplio sofá de cuero de la oficina de M
rio constructor más grande de México. Cuatro años de ser Magalí Arteaga, la arquitect
, mientras Berenice se inclinaba, su mano rozando su brazo. La escena era tan familiar como el
apenas se abría paso entre sus risas. No pedía, simplemente a
í, ahora estaban vacíos. Su mirada se detuvo en mi cara por un segundo, como si me vie
", dijo, con un tono condescendiente, ya extendiendo la mano hacia el documento sin siquiera leer el
siempre fue así. Distraído, pragmático, siempre con la mirada puesta en el poder, en los negocios, en cualquier cosa menos en mí. ¿Y por
una sola mirada al contenido. No sabía que estaba firmando su propia sentencia de divorcio. No sabía que estaba
ún pueblo olvidado, querida?" Su voz destilaba una dulzura falsa, una burla apenas velada. El
a fresca de Marco. 'Marco Vázquez'. Ese nombre, una vez mi ancla, ah
is manos. No eran un permiso. Eran el acta de mi libertad. El sonido de la copa de me
n símbolo de seguridad, ahora se sentía como una jaula dorada. El silencio era ensordecedor. Un si
con el tabaco caro de Marco. Era el olor de su intimidad, una intimidad que yo nunca
o por Marco. Lo había engañado. Le había dicho que era un permiso para iniciar la restauración de un antiguo convento en Chi
e secuestro, protegiendo al patriarca. Yo, una adolescente huérfana, quedé a merced de la familia. Los Vázquez, en su infinita "bondad", me dieron un techo, una educación y, even
que cumplía con su obligación. Él nunca me vio. Nunca vio a la Magalí apasionada por la historia, la arquitectur
ga de la infancia. Berenice, que siempre supo cómo provocarlo, cómo hacer que la mirara. Su presencia consta
que sus ojos la seguían, con una intensidad que nunca me había dedicado a mí. La noche en que los escuché hablar d
por una mirada, una palabra, un toque de afecto. Pero Marco estaba ciego. Ciego a
no
urmuré, mi voz rompiéndose
el comienzo de uno que yo escribiría sola. Con una resolución repentina, la tristeza se disipó, reemplazada por
Era una mentira. Pero pronto, la verdad sería mi única guía. El ver
o. Pero pronto lo descubriría. Y

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