vista de
sintió más reconfortante que la sofocante calidez de la Ciudad de México. El largo vuelo, exacerbado por mis heridas aún
e y acogedora. No era solo una casa; era un hogar, vivo y acogedor. El mayordomo, el señ
rita Eleonora -mur
amblea de personas. La familia de Kayson. Su abuela, una mujer formidable pero de aspecto amable con el pelo plateado recogido en un. El señor Dávila me guió suavemente hacia adelante-. Estos son los pad
ntidad de rostros, todos mirándome con genuina calidez. Era más de lo que había anticipado. Int
orprendente agilidad. Me presionó suavemente hacia atrás en el brazo de apoyo del señor Dávila-. Te estás recuperando. No hay necesida
dre de Kayson, su voz suave-. Hem
n prima, se ad
e ti. ¡Estamos muy emocionados de que finalme
a débil
, mi garganta seca-.
lero hizo un ge
ora, todos, Eleonora está agotada. Dejémosla de
noches y promesas de charlar mañana. El señor Dá
está lista, señ
evo, despidiendo al señor Dávila con una palabra suave. Entró
-dijo, señalando
nido a visitarnos cuando eras una niña? Tú y Kayson solían jugar
a niña solitaria, visitando u
a de sonrisa tocando mi
simpatía-. Sabemos sobre el accidente, querida. Y sabemos sobre... los recientes problemas de tu familia. El abuelo de Kayson y el tuyo tenían un vínculo que iba más allá de los negocios. E
había construido meticulosamente alrededor de mi corazón. Lágrimas, calien
ieron dar un riñón... me empujaron por las escaleras... -Las compuertas se abrieron
, sus ojos llenos de una suave tristeza.
ció una suave sonrisa-. Mañana, después de una buena noche de
Kayson. El hombre por el qu
to? -pregunté, un
Caballer
e levantó-. Ahora, descansa un poco. Todo
os, joyas. No ofrendas huecas, sino provisiones bien pensadas. Mi antigua vida habí
como familia que mi propia sangre, me pregunté si esto era un sueño

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