azos. Se la llevó a toda prisa, su espalda una pared rígida de desaprobación. Karla, siempre la damisela
erza que sacudió toda la casa. Rodrigo estaba allí, con los ojos llameantes, una tormenta gestándose en su inte
z era un gruñido bajo, ca
do con lágrimas no derramadas. Una
e una vez, Rodrigo? -desafié,
laron mi visión,
as palabras un eco hueco de una
garró el abdomen, y jadeé, mi cu
urló, una torcedura
? -Se inclinó más cerca, su voz cargada de veneno-. ¿Por qué Javier Noriega, un hombre de una
me robaba la voz. ¿Qué sentido tenía? No me
sonrisa
s palabras, el desafío un escudo desespe
ocante. Pero antes de que pudiera, me arrojó de nuevo a la cama, su cuerpo
aliento caliente contra mi piel, pe
manchada -Su voz estaba c
cos. Su odio, su asco, me atravesaron,
es de su camisa, desabr
alculadores-, debería «examinar» ade
eando su pecho, pero era como golpear una pared de ladrillos. Me mordí el la
osa y nauseabunda en mi estómago, oblig
burló, sus ojos entrec
apenas audibles a través de los di
a ellos. Con una oleada desesperada de adrenalina, lo e
e la cama antes, cayó al suelo. El frasco de anal
jaron en los documentos esparcidos. Se a
. Me abalancé hacia adelante, tratando d
apeles, liberándolos. Su mirada, una vez fría, ahora se llenó de
tico te
mándose en el suelo. Mi secreto, expue
uego me miró de nuevo, su rostro una compleja mezcla de emociones
y violento, arrojó los papeles y el
a un latigazo vicioso-. ¿Falsificando documentos p
dría ayudarme. Pero su tacto fue frío, sus dedos limpiando sua
ró, su voz desprovista de piedad-, me dolería lo más mínim
una sonrisa cruel j
ad terminal, Celina. Esto es solo otra
ré hasta la cama, mis dedos buscando a tientas el frasco de pastilla
scapando de mis labios. Las lágrimas corría

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