cio sofocante. Me sequé el sudor de la frente, mi
? -Su voz era estriden
oz plana-. No l
su desesperación palpable-. ¿Vas a qued
fuerza. Mis ojos, fríos y
amente baja-. ¿Te importa tanto la vida de papá? ¿O
otro lado. Luego, un
uería estar en casa, en mi propia cama. Me recetó analgésicos más fu
ntas escupiendo grava. Conducía rápido, un borrón de metal caro y furiosa urgenci
pasaba, pero el coche ya era una
licó la empleada doméstica, su voz en un susurro-. Una afecció
dolor pesado y sordo. L
vi a Rodrigo paseando fuera de una habitación, con el saco torcido y la corbata aflojada. Tenía
familiar. La amaba tan profundamente
sesperada. Habíamos sido tan felices una vez, antes de los malentendidos, antes de las men
iendo. Y él estaba d
aparecer de su vida para siempre, al menos podría hacer una última cosa por él. Podría hacer su cami
n recuerdo vago y olvidable. Y en mi próxima vida, des
un donante de corazón compatible era casi impos
lené los formularios
r, mi voz firme, sin traicionar la agitación in
Una compatibilidad
ta. Saqué el frasco de analgésicos de mi bolso y, con un acto final y
eli
iendo mi espalda. Una mano se posó en mi
ordido en una lucha desesperada por escapar. Había estado obsesionado conmigo entonces, y esa obsesión nunca se había desvanecido realmente. Había ac
oz un gruñido bajo. «Quédate conmigo
nfrentaba a la destrucción total. La familia de Javier, por otro lado, era intocable, capaz de aplastar a cualquiera que se inte
e escalofriante, des
erturbadora-. Mira lo que me hizo. -Señaló la fea cicatriz que recorría el costado de su cuello, u
Noriega era un hombre que siempre conseguía

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