ista de An
entonces miré a Doña Elvira. Su rostro estaba pálido, sus manos aún temblaban, sus ojos iban y venían entre la turba furios
Sabía que no dejaría que una persona inocente sufriera por su farsa. Sabía que no podía
nca. Odiaba el sonido de mi voz ahora, tan débil, tan rota
agarró d
locos ahí afuera. Déjame
ra precisamente la razón por la que tenía que salir. No podía d
ámaras, hacia la aullante tormenta de acusaciones. El aire se e
illó alguien-.
tra voz, cruel y cercana-. ¡Es
tar la prueba visible de mi pasado. La cicatriz, una
a mujer, escupiendo sus palabras como venen
ba vueltas. Era el mismo guion, las mismas
hombre, afilada y corta
o? ¡Murió de un corazón roto
ulpa que cargaba como una capa de plomo. Mi visión se nubló. Los rostros de la multitud se transformaron en máscaras grote
calma en medio del caos. Su expresión era ilegible, una máscara de preocupaci
ntentó abrirse paso entre l
paz! ¡Es un
la empujó. Ella tropezó, casi cayendo hacia atrás
antes de que cayera al suelo. Su presencia fue suficiente. La multitud, momentáneamente aturdida por su intervención, se calmó. Sostuvo a Doña Elvira
a la misma bestia que él había desatado. La ironía era un sabor amargo en mi boca. Me mi
Doña Elvira, revisa
z apenas audible. Su frágil
a hacer retroceder a la multitud, creando una pequeña burbuja de
suave ahora, casi tiern
corazón latía a un ritmo fre
ño, como una piedra en mi boca. Habían p
o un pequeño temblor
ación en su tono-. ¿Por qué sigues

GOOGLE PLAY