vista d
gen de falsa humildad. Una sonrisa diminuta, casi imperceptible, jugaba en
ás triste por mi culpa? -Su mano se alzó, tocando ligeramente su frent
Sus ojos parpadearon, como si recordara algo, a alguien más. Pero luego, se fue. Parecía haber olvida
a, que hizo que el aire a su alrededor
quilizadora-. ¿Qué planes tienes para est
rca, un hombre que la veía como su mundo entero. El
disolverse. Todo lo que podía oír era el frenético latido de mi prop
i voz más aguda de lo que pretendía. Ro
ojos ahora llenos de un destello de fastidio
tono displicente, una irritación apenas disimulad
Era esto una broma retorcida? Él había montado todo este espe
a burbujeó, pe
grosamente tranquila-. Alejandro, ¿por qué n
de su renuencia. No quería definirme frente
as por encima de un susurro, destinada s
pero me negué a dejarlas caer. No aquí. No
todos lo sepan. Soy Sofía Maxwell. Y soy la esposa de Alejandro Cervantes. -Observé
i el gol
z clara y firme-, celebraremos n
stima, otros con abierto desdén, como si de alguna manera hubiera violado una regla no escrita. El ro
mucho. No sabía... Soy tan torpe. -Comenzó a retroceder, sus
la vuelta y salió corriendo, desaparecie
llenos de una familiar protección, la
e en su piel-. ¿Y la ceremonia de premiación? ¿Y nue
furia fría. Se arrancó el brazo
Sofía! ¡Me necesita ahora m
eña caja de terci
ti. Ahora todos saben quién
corrió tras Cristal, desapareciendo en la
decedor. Mi mente registró la tela áspera, el peso desconocido. Luego, una gota golpeó mi mejilla. Lue
r. El club se vaciaba rápidamente, la gente corriendo hacia sus coches. Estaba sola. Abso
un transporte, a cualquiera, pero el estacionamiento estaba casi desierto. El conductor se detuvo, un viejo sedán destartalado. Las ventanas estaban polarizadas, incluso más oscura

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