na
o hojas secas mientras Sofía giraba ante el esp
ra -ordenó a la costurera, su voz imperi
mente entrelazadas en mi regazo. Para ellas, yo era menos que un fantasma; un fantasma al menos
y conocían el nombre de Dante Montenegro. Y todos susurraban los rumores sobre su
cristal con una sonrisa burlona-. Tráeme un poco
an como plomo, ancladas por el p
ero donde estaban los refrescos
dor de mármol junto a la cubitera de champá
uriosidad. Pero yo era una mujer muerta caminando
o una interfaz de mensajería segura. Una notificación
s rusos están satisfechos. Asegura el
costillas. No era solo la envidia nublando mi mente
stás ha
vuelta br
de novia y más un sudario. Sus ojos eran duros, completamente desp
ahogándome-. No eres Julia. Julia ni siquiera podía
a y afilada, como una navaja e
a en algún lugar de Sicilia, tesoro.
ndose alrededor de un pesado jarrón
vas a uni
o y practicado, estrelló el pesado cris
que pudiera reaccionar, agarró una daga dentada de vidr
da, floreciendo como una rosa mór
peluznante, un tono perfecto de t
incipal se a
escena: Sofía sangrando, agarrándose el brazo
ón en busca de amenazas. Solo vio el carmesí manchando el vesti
El
n en dos zancadas
pared. Mi cabeza se estrelló contra el y
pared, agarrando mi cabeza que daba vueltas-
ho. Tomó a una Sofía sollozante en sus brazos
o! -rogué, señala
asco, pateó el dispositivo, enviándolo a des
a aterradora y helada-. Traté de ser paciente. Traté de curarte. Pero e
n su lugar, me arrastró por la salida trasera, hacia el estrecho callej
cocina. El personal se congeló, los cuchillos suspendid
amente al conge
s enfriar
r! ¡Está a cero g
frío congele la pod
ojó ad
el suelo de metal con fuerza. El frío me asaltó al
e. El pestillo hizo clic con una
uri
s se partieron y sangraron. Grité hast
un temblor violento apoderándose de mi c
r su propia sent
a m

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