tulo
iña vestida de ropas finas entró. El humilde niño que la acompañaba se detuvo justo antes de cruzar la puerta. La niña comenzó a inspeccionar el lugar, esperando que no hubiese alguien cerca; y cuando se aseguró que nadie los podía ver, hizo señas al niño para que entrara. El niño limpiando
ella era Flores, la pequeña hija del dueño de la
creciendo en ellos a la par de su estatura. Y es que siempre buscaban pretextos para estar juntos. Ella se
o recorriendo las montañas cercanas a la hacienda, explorando, curioseando, recolectando cosas. Eran ta
ra de nueve años. La niña se llamaba así por deseo expreso de su padre, pues cuando la tuvo entre sus brazos al nacer y ver sus rozadas mejillas, sus tiernos y
e. Corriendo velozmente en un cercano pastizal, un grupo de unos veinte c
ierba, el fresco viento traía ese enervante olor a savia verde h
lo que hizo que los niños abrieran sus bocas asombrados. El majestuoso anima
irando a los caballos alejarse
a la niña, tomó su mano. El corazón de Flores comenzó a acelerarse hasta ponerse muy nerviosa. Mie
lo blanco entre la mana
e hecho algo para que el niño solta
fael –, es imposible que no resaltes
loteó en el estómago de Flores, que había enc
nana de la niña llamándola a la casa,
Rafael y echó a correr rumbo a su casa,
el. La niña no se explicaba el por qué cada vez que recordaba esa tard
ir y que no podía explicarse. Así pues, cada vez que escuchaba el nombre del niño cuando era llamado por su padre
pondía sonriente por el niño; y cuando sus padres o la nana la llamaban a ella, ante los ojos de éstos por la puerta aparecía primero Rafael solo y apenado, ya que Flores a empujones lo ob
mal la amistad entre los dos jovencitos, pues
tana de la recámara de la niña. Ella reconoció el golpeteo pues lo había oído
se apenado, como si la hubiese ofendido en algo. Luego bajó su mirada y extendió sus manos con la caja. Ella también seria la tomó. Al momento Rafael