img El ángel en la casa  /  Capítulo 4 4 | 12.90%
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Historia

Capítulo 4 4

Palabras:4897    |    Actualizado en: 06/02/2023

dros que adornaban las paredes, en su mayoría renacentistas. Se detuvo ante uno de los que estaba mejor iluminado por la lámpara del pasillo para observarlo con más atenc

recordaba al poema de Spencer «La Reina d

rectamente a las escaleras de la buhardilla. La habitación de Amanda estaba en esa planta

amino, incluso después de que Amand

que el chico la miraba fijamente―. Na

joven echó un vistazo a la hab

saba sobre su tocador. En esa época del año anochecía después de las nueve, pero el cielo se había encapotado co

le arrancaría una mano al que se atreva a quitarle un pastelillo y tu

, no se

pues te has reído,

or suerte su habitación era espaciosa. Había tomado la buhardilla

mirarla. Observaba la cama de doseles cubierta ca

feliz por tener algo que hacer―. Mañan

hacho, observando los muebles de tonos ros

a hoja del caj

os muebles, por eso nunca

que haya v

sto en su corta vida de conciencia er

ebles parecidos en ninguna parte. A

que sonreía―. Quería que mi habitación pareciera un campo soleado. Por eso el suelo es verde y el papel de las p

eguntar él con la misma curiosidad. Se acercó tan

has mujeres vienen de otras partes de Inglaterra para comprar mi

u rostro hasta que una pequeña

de tu trabajo ―comentó fascina

sus amas para facilitarles la vida y como mucho las ayudaban en la profesión que estas h

ajón de su escritorio. Se sentó sobre el acolchado asiento verde, mientras que las patas y el respaldo eran

del muchacho en la piel de su espalda aunque no llegara a tocarla

con manos un tanto temblorosas b

toda su atención se empeñaba en concentrarse en el ser que respiraba en

s para aproximarse más a

to en la oreja—. Parece que lo hayas escrito con los ojos vendados, a lomos

dejar de reír cada vez que la insultaba o él lo tomaría como una buena costumbre. Se inclin

me examinen y a pasar por todas

a se

por los demás? —inquiri

sus ojos mientras estaban fijados en la car

ás no sean libres

edad—. ¿Cuántos día

uel? Pues probablemente ninguno, porque al día siguiente iba a denunciarle. Sin más aplazamientos ni

rmar la carta. Él la cogió y

leer cuando no recuerdo haber aprendido. Ni s

ser útiles y agradables. Les enseñan a tocar

gar a las cartas?

a jugar a las cartas, porque se d

o que lo ha

onrisa sarcástica mientras le c

solo que… ―balbuceó. No era especialmente propensa a la timidez, pero alg

s a jugar ―le pidió sin pare

ía esperar un día más para calmar su curiosidad sobre los hombres. Despertaba en el

ientras hablaba, lo sostuvo del brazo para encaminarlo a su propia

abrió un palmo antes de encontrarse con un obstáculo que resultó ser

de un crimen. Empujó la puerta para cerrarla de nuevo―. Hay tantas cosas

sta a su maltrato. Pero no le sorprendía que

mos eso de lo que

rupta. Había enrojecido h

no? Sonaba

. Era cierto que lo necesitaba y al menos le vald

a mueca asustada, y d

que el que insinuaba su prima, caminó hasta s

sa ―lo escuchó d

cortamos el pelo de vez en cuando, y

a redonda que yacía en mitad de su habi

ueta ―le pidió c

undos, y allí debió de leer una determinac

lo quitó. Deshizo el elegante nudo del pañuelo, se lo sacó por un lado y lo tiró sobre la s

al ver asomar las clavículas

uja―respondió él, encogiéndose de hombros. P

a durante todo el día, pero Amanda no lo había notado hasta

ca, y se encaminó a la ventana más

nfuñar. Ella se colocó a su espalda y co

cesito un co

an largo en un cabal

echando una mirada po

s sienes para obligarlo

s o te corta

de viene

a viaja a menudo a Londres, donde acude a fiestas y se fija en lo que llevan las mujeres más populares. Entonces, regresa a

de la jarra que yacía en la mesita para mojar el ca

cosa que disfrazarte de alguien

las hebras castañas de su cabello, Callum ele

ad de un niño pintada en la cara. Amanda nunca h

en la jaula de la sociedad, y tu forma de razonar es completamente libre. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que mis amigas y yo nos disfrazamos de la señ

s ante el hilo

verdadero

barba larga y vestirme

humedeciéndole el pelo. Puede que ya estuviera mojado,

―le preguntó el joven tra

dalada que la suya ―respondió mie

idiste tirar tu collar

n. Cuando había hecho aquello no sabía que él estaba despierto, y a

Tragó saliva, antes de continuar―. Siempre sigo los consejos de

ración. Callum apartó la mirada pensativo, q

ar el impulso de dar un tirón deliberado

scu

del espejo, pero pareció cree

ustaba, solo porque ella no lo apruebe. De hecho, deberías rebelarte contra Jane,

r el entusiasmo libe

eres a la vez, manteniendo a un siervo parlanchín y

spejo, y Amanda contuvo una risita que, de haber escapad

uillo de Callum entre sus dedos índice y corazón, colocó las hojas de las tijeras sobre estos para comenzar la

sentirás d

i aún no lo creyera, y finalmente el

a a doler q

trajante que debía ser que el causante de tu

ó sus ojos, ahora grises, una vez

ros al comprobar que los cortes no dolían. El chico que escondía en su habitación era como un niño pequeño embutido en el f

entras ella se concentraba en que todos los mechones quedaran del mismo ta

enfermedad se deslizaba por las inmundas aguas del río Támesis. No obstante, a Dios no le satisfizo este castigo y en vista de que las mujeres y niños, los favoritos de su creación, seguían siendo maltratados, les envió a los españoles la bacteria, a sabiendas de que se propagaría por todas partes. Fue entonces cuando llegaron los días más oscuros. Los hombres cayeron con rapidez, uno tras otro, y abandonaron los puestos de trabajo que ocupaban. La sociedad se paralizó como nunca antes había ocurrido. Durante unos meses to

ad de ocultar los sentimientos en su rostro, Amanda sabía que lo entretenía con su narración. Ella era

a identificar su vocación y recibir educación gratuita en caso de necesitarlo. Gran parte de la población continuó trabajando en los puestos que habían tenido antes de la bacteria, otras, aquellos en los que habían asistido a su marido, como la mujer del tendero o la del granjero. La id

bían tratado como si fueran sus amos, y que ahora, obedecían todas y cada una de sus órdenes sin rechistar. La opinión estaba dividida. La reina Victoria era de las partidarias de despertar a los hombres; pues, como todos sabían, había amado mucho a

igo divino? ―inquirió el muchach

año―. Dios tiene una forma sutil de comunicarse. Sin duda, o

ntornó l

or que es el momento de que

La idea pesó sobre su pecho como un saco de harina. ¿Qué ocurriría si no entendía correctamente el mensaje o si hacía lo contrario de lo que debía? Si aquello era

ue un pinchazo de dolor cruzara sus sienes. Cerró l

dijo. Callum se había levantado y se paseaba por su habit

n tus familiares —le recordó, ign

oche. Se imaginó caminando hacia él para terminar de quitarle la poca tela

bre consciente en su primera noche. Ninguna de ellas se hubiera atrevido a ponerle un dedo encima a Callu

man

ras pensaba en un juego

chocar sus palmas contras las de ella y las suyas propias de forma rítmica. Era algo a lo que había jugado millones de veces cuando era más joven con sus primas y sus amigas, y en al

o complicándose haciéndose un lío con la coordinación, sobre t

ezó a arrugar el entrecejo como si no se estuviera divirtiendo lo más mínimo. No era de extrañar, pues una a

ue suscita tantas ri

nreír, pero se cuidó de no parecer sospechosa. Se lim

imas so

era el juego al que se referían todas y cuánto más le hubiera gustado. Apartó esos pensamientos de

iones, si quier

pió el joven enfurruña

adentros, por lo e

El colchón se hundió más de l

a. No te sient

bozar una sonrisa maliciosa m

nsecto? —inquirió, y acto seguido se puso

lo referente a él y a su cama. Sintiéndose a salvo, se acercó a la vera d

sto —la acusó desde su posición superior—. Segur

aquella misma habitación sirviéndole el té a sus

la con un dedo acusador. Acto seguid

se disparó mientras lo esquivaba una vez más en el centro de su habitación. Una risa

o el joven, al ver que se resistía, le rodeó la cintura con un brazo de hierro y la alzó por los aires con pasmosa facilidad. La subió sobre la c

ue recuperar la infancia per

saltos. Se sentía bien, igual que cuando corría por el bosque o jug

Callum se dejó c

uras de pequeña —le dijo, remangándose

o que he hec

por e

o favorito de Isolda. Callum j

é oc

ante el esfuerzo de volver al pasado—. Fue un mes muy aburrido. Supongo q

emana, y me quedan muchas travesuras por hacer. To

allum estaban enrojecidas por el calor y su

xageró él, cambiando de tema—. Creo que

ezó y se dejó caer

contradijo así mismo, cerrando los ojos y girando

remo de su habitación. Antes de esa noche, solo lo había usado para analizar su reflejo en él y para colgar

cómodo que había llevado jamás. No entendía como las

que normalmente dormía en verano y

ido que soportar hoy. Me imagino lo tedioso qu

cont

Hoy eras la novedad así que tenía que dejarlas jugar co

z sin r

s. El muchacho seguía tumbado en la misma posición en la que lo había dejado, sobre su espalda con las pie

do en tu dormitorio. Allí n

cara, y se lo encontró totalmente inme

pelo. A esas alturas no podía imaginarse con ninguno de los demás jóvenes de la ceremonia. El tendón de su cuello estaba en relieve debido a la

enía otra carta que escribir. Aquella que mandaría a Brighton al

en el extremo opuesto con el más ridículo

na semana para denunciarlo, el tiempo que le había prometido antes de ir a B

entar un nuevo mundo; y tenía el instrume

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