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Olor a sangre, sexo y sudor

Olor a sangre, sexo y sudor

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Los Lance han llegado a reclamar la herencia de sus padres, sin embargo no esperaban que el romance les jugará una mala pasada, más no son los únicos que se están ahorcando con el hilo rojo del amor, la muerte acecha a la vuelta de la esquina y cada vez está más cerca, ¿podrán salir ilesos de ciudad Z? Esta historia de amor contiene un alto contenido +18, muchas escenas LGTB, su contenido de violencia va aumentando, contiene escenas de incesto y maltrato, incluye temas como la tortura y esclavitud.

Capítulo 1 Los gemelos herederos

Crónicas de los Lance

Cuando los Lance llegaron a Ciudad Z no paso mucho tiempo para que se corriera el rumor de los nuevos ricos.

Se trataba de dos jóvenes de hermoso parecer. Un par de gemelos tan idénticos como diferentes; aquellos prodigios eran lo único que quedaba de la familia Lance que, en sus tiempos de gloria, habían sido los científicos más prestigiosos de toda Europa.

Arler Lance era el mayor de los jóvenes azabaches, solía tener un semblante muy serio y frió, su mirada era tan penetrante que daba la ilusión de que escudriñaba las almas ajenas.

Era el más reservado de los hermanos y muy poco sociable, muy honesto y directo, de él siempre podían esperarse comentarios realmente hirientes pero certeros, de esta manera se había ganado la categoría de el gemelo malvado.

Arley Lance compartía una apariencia tan similar a su hermano que se creería que se trataba de un reflejo en el espejo, puesto que ambos eran hombres jóvenes y atractivos, de piel lechosa y tersa, cabellos oscuros como la noche, y cómo algunos gemelos, ellos poseían rasgos faciales perfectamente idénticos a la vista.

Lo que marcaba gran diferencia entre los hermanos, era la actitud dulce y carismática de Arley; él era en verdad un joven amable y bondadoso, su rostro siempre se veía adornado por una tierna sonrisa, al andar reflejaba cierto deje de timidez y altivez; y su mirada era tan profunda como el mar, mirada que permitía a las doncellas perderse de admiración.

Ambos eran astros finanzas, se diría que era imposible engañarlos en un trato.

Antes de la muerte de sus padres, Arley había ejercido de economista principal en Ciudad E, y Arler fue por seis años un excelente detective privado, se especializaba en casos de fraudes y estafas a gran escala, pero se retiró del oficio tras heredar la fortuna de su difunto padre; Así que se podría decir que los dos hermanos eran el perfecto dúo dinámico.

Mansión de los Lance - Habitación de Arley.

Narradora omnisciente.

- Cuando nos mudamos a Ciudad Z, asumí que empezaríamos de cero y que seríamos desconocidos para todos aquí, así que podría disfrutar de salir a pasear por las calles y sentarme en alguna plaza con tranquilidad, creí que llevaría mi luto con calma, pero tal parece ser que llevábamos una vida entera en esta ciudad, todo el mundo nos conoce y lo peor es que no conocemos a nadie de aquí. – decía Arley frustrado frente al espejo arreglando su elegante chaleco blanco. Su hermano lo escuchaba desde la otra esquina de la habitación "en busca de algo" en un rincón.

- Pensé que al salir de la casa todos harían de cuentas de que no existíamos. Pero ahora ni a una cafetería puedo ir sin que me quieran vaciar los bolsillos. Es como si llevara un gran cartel luminoso con brillos y destellos que dice: "Soy millonario y solo pienso en gastar dinero" en letras mayúsculas y colores llamativos de esos que usan en los carnavales brasileños. –

Ante estas quejas Arler solo pudo soltar una sonora carcajada, que llamo la atención de su gemelo; al chico de ojos sombríos nunca se le oía reír, y heló aquí, burlándose del más grande sufrimiento que vivía su hermano, por supuesto que a Arley le irrito en gran manera esa risa sonora que hacía eco al chocar contra las paredes del amplio dormitorio, y de no ser porque provenía de su hermano quizás habría armado un escándalo.

Si bien era cierto que Arler nunca se dejaba escuchar reír, al punto que se podría apostar a que éste no poseía el don de la risa, también lo era que Arley se sintió totalmente ofendido, ¿acaso su hermano no comprendía su pesar? .

- ¿Y bueno que esperabas Arley? No puedes pretender que el llamativo apellido de nuestros padres no nos traiga fama, además, resulta demasiado obvio que aunque te pasees por las calles más pobres que consigas, y entres a cafeterías comunes, el simple hecho de ver tus finas ropas delata que el dinero te sobra, y siendo el caso de que eres muy joven como para haber hecho tu fortuna por tu cuenta, das a entender que la heredaste, por lo tanto no te duele el bolsillo para pagar 30 $ por una rebanada de pastel. – explicó el primogénito con sencillez y calma.

Arley agacho la cabeza algo avergonzado, como cuando un niño cae en cuenta de que se ha equivocado. Lo que decía su hermano tenía mucho sentido, era algo en lo que no se había resuelto a pensar; desde su llegada a Ciudad Z siempre se había preguntado el porqué de su "trato especial", ahora lo veía tan claro que, el no haberlo visto antes le hacía sentir un completo idiota.

- Aun así...- continuó diciendo con un hilo de voz – 30 $ por una rebanada de pastel... ¡Es un robo!

Arler volteo a ver a su hermano, grabando en su memoria el cuadro tan tierno que éste recreaba, el joven Arley hacia un puchero a la par que pateaba un taburete en señal de frustración y derrota.

Arley siempre fue el niño de mamá, la señora Lance lo tenía muy consentido y, quizás por eso, aún de adulto seguía teniendo ese comportamiento ridículamente tierno e infantil tan característico de él. Al menos eso era lo que pensaba Arler al ver a su hermano luchar con los pañuelos y corbatas, o al hacer esos pequeños berrinches cuando algo no le salía como quería.

- Será mejor no tocar el tema del pastel en la fiesta, ya que realmente no hemos creado ninguna relación con los socios de nuestros padres, así que ganarnos su respeto es una prioridad.–

Se hacía escuchar Arler mientras se acercaba a su hermano, el cual hacía caso omiso a lo que éste le decía, puesto que se encontraba distraído ya que aún no lograba atarse correctamente el pañuelo.

- Esta cosa es imposible – murmuró Arley sin apartar la vista del inmenso nudo que ni él mismo sabía cómo lo había hecho.

Arler respiró profundamente y apartando las manos de su hermano hacia ambos lados, empezó a arreglar su pañuelo, momento que aprovechó para hacerse entender.

- Arley en verdad espero que te comportes esta noche, y procura no hablar con respecto a la gente pobre, eso es un mal augurio. –

- ¿Qué tiene de malo la gente pobre? – pregunto el joven azabache mirando con inocencia y confusión a su hermano.

- No tiene nada de malo Arley, pero a esta gente no le agradan aquellos que no tienen dinero, para ellos no son más que seres inmundos e indeseables... es mejor no entrar en conflicto por un choque de ideas, al ser nuevos aquí tenemos todas las de perder –

- En Ciudad E lo platiqué mucho con grandes gobernantes y jamás tuve algún problema con ninguno de ellos. ¿Qué tan malo puede ser? –

- Esta gente es inhumana Arley, es muy peligrosa y sanguinaria, por eso mismo debemos ser imparciales y mantenernos al margen como nuestros padres y cada Lance que ha pisado la terrible Ciudad Z ... es mejor así. –

- No entiendo cómo puedes darle tanta importancia a un reducido grupo de millonarios, no es como si tuvieran un poder por encima de la ley o algo por el estilo. – respondió el joven de ojos grises poniéndolos en blanco.

- ¡ARLEY DENEUVE LANCE EVANS! – sentenció Arler con un tono de voz fuerte, firme y sonoro, sujetando a Arley de los hombros sin ningún cuidado mirándolo de la manera más cruda en la que lo había hecho en toda su vida, cosa que asustó a Arley, aunque no tanto como la fuerte sacudida que le proporcionó su hermano, haciéndolo callar inmediatamente, pues ya había notado la seriedad de la situación y prefirió tragarse los quejidos del dolor.

- ¡Escúchame bien! - continuo Arler sin suavizar ni el agarre en sus hombros, ni su tono de voz - No eres un superhéroe, no eres intocable, no eres indispensable, aquí no eres importante, y ¡NO! Serás tú el que cambie el mundo solo porque tu torpe cerebro de mariquita así lo crea. Eres un ¡HOMBRE! Y te comportarás como tal, como cuándo ejercías de economista, te mantendrás al margen y guardaras las apariencias, no por ti ya que no eres más que un caso perdido, sino por respeto al legado de tus padres, ¡NUESTROS! Padres ¿lo has entendido bien? –

Arley solo se limitó a asentir rápidamente, permanecieron en esa posición por unos cortos segundos que hacía de cuentas una eternidad, con un silencio ensordecedor y la indeseable compañía de unos sombríos retratos, extrañamente terroríficos de algunos familiares que no llegaron a conocer y que ya nunca conocerían.

Arler volvió a enfriar su semblante, borrando así cada expresión de su blanquinoso rostro, enderezándose y aflojando el agarre de los hombros de Arley, a quien seguramente había lastimado física y sentimentalmente.

Arley permaneció en la misma posición con un poco de susto por el hecho de que su hermano le reprendiera de semejante manera. No había sido su intención molestarlo... o al menos no tanto.

Arler siempre tuvo esa actitud fría, seca y distante, con un carácter muy fuerte que probablemente era a causa de su padre, aquel anciano científico quizás fue demasiado tosco con él. Siempre fue así, por ser el primogénito siempre tuvo que vivir bajo la doctrina que su padre le estableció.

Arley en cambio vivía bajo la tutela de su madre; una mujer dulce y amable que se aseguró de que él fuera tan sensible como ella, sensible a la vida, a la pasión, a la belleza de un hermoso sueño, un ideal muy distinto al que su padre impuso para su hermano Arler.

Pero, a la hora del té, era por esa diferencia entre la crianza de los gemelos, por la que Arler tenía más experiencia que él en estas situaciones.

A fin de cuentas aquel hombre obstinado tenía razón, estaban allí para aparentar ser parte del grupo; de ese grupo de adinerados insensibles a la vida y al valor que ésta con lleva, y si habían sido invitados a la "gran fiesta" era por respeto al legado de sus difuntos progenitores, pero para sobrevivir en "La Terrible Ciudad Z" debían ganarse su respeto con sus propias acciones.

Esa fiesta era más que solo una fiesta, era su oportunidad de hacerse un puesto de importancia para con los demás, era un aseguramiento de su bienestar, en definitiva, era algo que él no podía arruinar.

Arler terminó de arreglarse y al darse vuelta vio a su hermano acariciando sus hombros, probablemente le dolían después de haberlo sacudido de la forma en que lo hizo, su rostro reflejaba gran tristeza y se le notaba pensativo.

- ¿no te pondrás los zapatos? – la voz de Arler se hizo presente una vez más, pero esta vez con más calma.

Arley salió de su trance, sacudió un poco la cabeza y se dispuso a ponerse los zapatos, y fue entonces que notó que no tenía el par del que ya se había colocado; esto era típico en Arley, casi nunca se fijaba donde dejaba las cosas, era demasiado desorganizado, razón por la que su hermano siempre se estaba quejando.

No quiso molestar a Arler más de lo que ya lo había hecho, y aunque éste último lo miraba fijamente desde la puerta de la habitación, Arley solo se limitó a vagar por la misma, acomodando todo a su paso, como si de un momento a otro el orden pasó a ser algo indispensable para él, de ésta manera disimulaba el hecho de que no encontraba el otro zapato, ni algún otro par que ponerse.

Fue muy tonto por parte de Arley el pretender que Arler, el ex-detective Arler, uno de los mejores en su campo, no notaría su problema; la búsqueda del calzado perdido estaba empezando a irritar nuevamente al gemelo más serio.

Arler soltó un suspiro, buscando dentro de sí, su ración de paciencia para emergencia y retomando la calma se hizo escuchar una vez mas, mientras pasaba una mano por sus oscuros cabellos.

- Lo dejaste encima de la chimenea –

- ¿Qué? – preguntó Arley desconcertado mirando a Arler con gran confusión.

- Tu zapato – explicó Arler tras otro suspiro – lo dejaste encima de la chimenea. –

- ¿y porque lo dejaría allí? – cuestionó Arley mientras salía de la habitación para completar su calzado.

- Esta noche será muy larga – dijo Arler para sus adentros.

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