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Mi vida era un cuento de hadas, forjado entre los lujos de Bogotá y el amor profundo que sentía por Alejandro Rojas, el leal jefe de seguridad de mi padre y mi flamante prometido. La noche de la gran gala benéfica de la Fundación Nuevo Amanecer, con el preciado anillo en mi dedo, sentía que lo tenía todo. Pero bajo las luces cegadoras, Alejandro sacó una placa de la DIJIN y su voz, antes de amor, tronó una acusación helada: mi padre, el respetado filántropo, era un narcotraficante y criminal de guerra. El caos estalló y, en un instante de horror, fui disparada por su lealtad, cayendo mientras mi mundo perfecto se desintegraba a pedazos. Desperté en un hospital estéril, el dolor de mi hombro pálido ante la cruda verdad: Alejandro, el hombre que amaba, me confirmó sin piedad que siempre fui solo una "herramienta", parte de una "misión", un objeto desechable. Me sentía sucia, humillada, la hija de un monstruo, y cada mirada a mi alrededor, cada palabra de su fría exnovia Elena, confirmaba que no era más que daño colateral. Él me bloqueó, me ignoró, sus ojos vacíos me atravesaron como si fuera invisible, dejándome sola y rota. ¿Cómo podía el amor de tres años, las noches compartidas, la promesa de una vida juntos, no significar "nada"? ¿Cómo el hombre que me salvó la vida podía ahora destrozarme el corazón con tanta crueldad, llamándome la "hija de un asesino" mientras el misterioso número 734 revelaba la impensable traición de mi padre contra mi propia madre? Mi héroe era un monstruo, mi amor, un verdugo, y la verdad se había retorcido hasta volverse irreconocible, dejándome ahogada en un océano de dolor y de preguntas sin respuesta. Pero entre las cenizas de mi mundo en ruinas, una chispa de rabia y un oscuro secreto materno-mi madre había sido una valiente infiltrada asesinada por mi padre-encendieron el fuego de una venganza implacable. Ya no era Sofía Vargas, la niña rica traicionada; ahora era "Luna", la "adicta" infiltrada en las fauces del cartel de "El Espectro", dispuesta a sacrificarlo todo para vengar a mi madre y purgar los pecados de mi padre, aun si eso significaba mi propia destrucción.