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Siempre supe que algo andaba mal con Sofía, mi hija. Al principio, eran frases inocentes flotando sobre su cabeza, invisibles para todos menos para mí y para ella. Pensé que era una fase. Pero pronto, esos "comentarios" se volvieron siniestros, dictándole cada paso, convirtiéndola en una extraña. Lo que empezó con exigencias de dinero, escaló a robar y vender nuestras preciadas reliquias familiares, incluso el mantón de mi abuela. Mi marido, Javier, el eterno pacificador, solo empeoraba las cosas, consintiéndola, ignorando que se estaba transformando en un monstruo. Cuando Sofía, cegada por la codicia y esas voces infernales, me exigió una absurda suma con intereses por haberla criado, supe que no había vuelta atrás. Aquella dulce niña había sido consumida por una relación "transaccional", por un egoísmo veneno que la convertía en una vampira. La casa se transformó en un campo de batalla, un infierno lleno de gritos y acusaciones. ¿Cómo era posible que mi propia hija me viera como una máquina de dinero, un obstáculo para su "independencia" y no como la madre que le dio la vida? ¿Cómo pudimos llegar a este punto de no retorno? ¿Y por qué Javier no podía ver la verdad que se presentaba ante sus ojos? Al ver cómo mi marido cedía una y otra vez, recompensando su maldad, tomé una decisión drástica. Dejé mi hogar, dejé a Sofía y a Javier solos, esperando que la dura realidad les abriera los ojos. Lo que no sabía es que esa era solo la preparación para un acto mucho más brutal. Esto no es solo una historia de familia; es una advertencia sobre cómo el peor veneno puede entrar por los ojos, y cómo las madres se ven forzadas a tomar decisiones impensables. ¿Se puede salvar a quien no quiere ser salvado? ¿Y qué ocurre cuando la línea entre el amor y la autodestrucción es borrada por un ejército de voces imaginarias?