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El olor a café recién hecho y a mis sábanas de lino favoritas llenaba la habitación, un alivio después del hedor a tierra mojada y a sangre que aún persistía en mis pesadillas. Pero la visión de mi esposo, Mateo, el famoso chef de la sonrisa cautivadora, parado junto a Camila, mi mejor amiga y su hermana, y esa maldita llama, Alpaca, me devolvió a la realidad del año anterior, al horror de un sótano donde querían sacrificarme. Me vi atada a esa silla, escuchando a Camila disculparse falsamente y a Mateo susurrándome que mi esterilidad, esa mentira piadosa sobre la vasectomía, me hacía un "sacrificio necesario". El anillo de piedras preciosas que él me había regalado, la llave de un ritual macabro, brillaba con una luz enfermiza que prometía arrancar mi alma. ¿Cómo era posible que todo se repitiera? ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? La incredulidad se mezclaba con una rabia impotente mientras el día de la pesadilla se desplegaba de nuevo. Pero esta vez, me negué a ser la víctima. Esta vez, el guion había cambiado y la actriz principal conocía el final. Esta vez, la sangre que se derramaría no sería la mía.