asi nueve años desde que regresó a su ciudad natal, con una hija en brazos y el corazón hecho pedazos. Lo hizo sin avi
bajando como niñera de tiempo completo durante el día y limpiando oficinas por la noche, el cansancio y la soledad terminaron por quebrarla.
ta estaba cerrada para siempre-, sino que se refugió en un pequeño departamento alquilado en la zona más humilde del centro. Dos habitaciones estrechas, pare
la calle y los comerciantes conocían el nombre de sus clientes. Camila no tardó en conseguir trabajo en una cafetería familiar a unas
Días en que caminaba bajo la lluvia con los zapatos rotos porque no podía permitirse el transporte. Pero nunca
día mirar sin que el recuerdo de Diego Montenegro se le viniera encima como un vendaval. A veces Sofía le preguntaba por su padre. Camila, siempre evasiva,
prendió a vivir
caminar hasta la cafetería, sonreír a los clientes, correr de mesa en mesa, volver a casa con las piernas ago
os y hablaba de arte, de exposiciones, de vivir en
cambios llegaro
ios que llegaban de la calle, de los v
a demoler la esq
mpresa nueva est
nadie sabe qué q
n en noticias más concretas. Un comercio que cerraba. Un edificio que aparecía vallado. Familias que se m
a máquina de café, la dueña del local la
tándose con cansancio-. Me hicieron una oferta
ómo se le endur
a a v
intió, aunq
una empresa grande, poderosa. Mo
roso. Como una sombra que se exte
ió a trabajar como si nada hubiera pasado. Pero por den
a manta y se sentó frente a la ventana. Afuera, la ciudad parecía tranquila. Pero ella sabía que algo estaba cambiando. L
de cristal y acero, un hombre miraba un plano de la ciudad. Fr
Mont
la. Ahora era un magnate. Un estratega. Un hombre herido por la traición, endurec
corazón de ese mundo,
podía im
ú
permanece enterr
fueron, estaba a