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Historia

Capítulo 4 La mirada que no miente

Palabras:1343    |    Actualizado en: 16/05/2025

ica preparaba el desayuno con movimientos metódicos, como si quisiera aferrarse a la rutina para no sucumbir a la incer

. No podía precisar cuándo exactamente comenzó esa corriente eléctrica, pero aho

eles. Aquel hombre que llevaba tres años con ella, con quien había construido una vida llena de c

nterior, cuando le confesó a Julián que Camila andaba rara, más callada y diferen

ando? -pensó, con una mezcla de mi

aquella vez, o si había algo más oscuro que se tejía entre ellos. No pudo evitar notar qu

inalmente decidió no hacerlo. No quería parecer paranoica, ni

ellos dos, tratando de encontrar señales que le con

o que Camila le había dicho, ni de la tensión que se sentía en la casa. Es

a cocina, Verónica intentó fingir una

s -saludó c

detenerse. Sabía que ella notaba algo, esa esp

preguntó él, inten

ento que algo está cambiando, Jul

a un lado y se acerc

s -dijo con sinceridad-. Pero no sé cómo

scando en ese contacto la verdad qu

blar con ella? -preguntó

egó con

tiempo para aclarar mis pens

entana, con la certeza de que es

verdad saldría a la luz. Y cuand

mo la antesala de una tormenta inevitable. La lucha entre el deseo, la lealtad y el amor com

os coches en la calle y el murmullo débil del aire acondicionado. En el dormitorio principal, Veró

suficiente para dejar entrar la luz de la lámpara del pasillo y, a la vez, un soplo de aire fresco. No era la primera vez que lo hací

laba a través del hueco de la puerta. Cada gemido de ella, cada susurro cerca de su oído, retumbaba en sus oídos con una intensidad

arco de la puerta principal del dormitorio. Estaba camuflada entre la moldura de madera, orientada de manera que ca

caer y el vaivén contenido de los cuerpos. Cada cruce de piernas, cada roce de manos, aparecía en la pantalla con una mezcla de s

besaba con fuerza, como si quisiera borrar con su boca cualquier rastro de normalidad. Verónica, con su bat

amila lo absorbía todo: los jadeos bajos, el murmullo de los nombres, el ro

la lo veía de manera inextricable. Comprendió, en un instante, que ya no podía detener aq

ndo Julián quedara exhausto sobre las sábanas. ¿Intervendría directa

pasión. Ella jadeaba su nombre. Él la llamaba "mi vida" con aire entrecortado. Pero esas palabras, que palpitaban

. La cámara le había dado todo. Una parte de ella, la que buscaba venganza, sonrió con s

entonces Camila tomó una decisión. Cerró la aplicación de la cámara y guardó el celular bajo l

sa se había roto. La rendija en la puerta, símbolo de su entreabierta complicidad, se convirtió en el umbral de un conflicto inevitable: ¿hasta

omienza -se pr

seguían ajenos a la sombra que los acechaba,

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