a a papel viejo y a café rancio. Me senté con la espalda recta, mis man
e hombros caídos y mirada
o. "Sobre la beca para la Real Academia de Art
n frío que no tenía nada que
cam
za ha sido
aliva. "
y vi lástima en sus o
de la infancia de mi esposo, la que si
un hilo. "Yo gané esa beca. Mis a
o unos papeles en su escritorio c
abas voluntariamente a la beca. Dijo que
desapareciera bajo mi
Recordé sus palabras de hacía unas semanas, cuan
ina," me había dicho con esa seriedad que yo t
o hasta que mis pies sangraban, había puesto mi alma en cada za
edicaba sobre la justicia, le hab
ta entonces, comenzó a crecer en mi pe
momento, pero no sentía su calor. Caminé sin rumbo, mis pies llevándome p
que habían visto todo el arte del mundo, estaba
niña, ¿qué
do en la oficina del Comandante brotaron sin contr
tro endureciéndose. Cuando termin
Nacional de Arte Flamenco de Madrid. Todavía te guardo esa plaza. Eres
eranza en la oscuridad que me envolvía. Le di las grac
Pero la escena que me encontré en el p
dra, bajo el limonero. Él le secaba una lágrima imaginaria d
z sonando más fuert
fría al verme. Raquel se encog
guntó él, sin mo
dije, mirándolo fijamente. "Me han di
ta más que tú. Es una mujer sola, fr
cesito nada? ¡Soy tu esposa! ¿Por qu
egoísta, Catalina. Tienes una vida cómoda como esposa de
Raquel, pero oírlo así, tan descaradamente, confirmó mis peores sospechas. No solo l
do y se llevó una mano al pecho.
palpable. "Catalina, no te quedes ahí parada. ¡Ve a l
la mujer que me había robado el futuro, en mi propia casa. Apreté los puñ
i lado de la cama, un espacio que Iván siempre había considerado sagrado, un lugar que ni yo podía desordenar
. Era un dolor agudo, físico, que me recorrió
pués, comenzó a toser violent
de la mano y mirándolo. "¿Eres idiota? ¡Este no es el su
olo había comprado lo qu
su rostro desfigurado por la furia.
a a Raquel en brazos. "¡Voy a llevarla al hospital!
ejándose. La injusticia era tan abrumadora que sentí que me asfixiaba. En e
viviendo así. Te
. Dentro, cubiertos por una capa de polvo, estaban mis zapatos de flamenco. Los qu
contra mi pecho, el único consuelo en mi desesperación. Eran un símbol
mientos, Iván regresó. Entró en la habitac
desaprobación. "¿Qué haces con eso? Pe
," respondí, mi voz
de una tensión opresiva. "Tu vida es estar aquí,
Raquel?" pregun
vuelva, quiero que te disculpes. Le pedirás perdón por ca
abras. ¿Disculparme yo? ¿Cuidarla yo? La indign