img Catalina: El Baile de la Resiliencia  /  Capítulo 1 | 10.53%
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Historia

Capítulo 1

Palabras:1263    |    Actualizado en: 08/07/2025

a a papel viejo y a café rancio. Me senté con la espalda recta, mis man

e hombros caídos y mirada

o. "Sobre la beca para la Real Academia de Art

n frío que no tenía nada que

cam

za ha sido

aliva. "

y vi lástima en sus o

de la infancia de mi esposo, la que si

un hilo. "Yo gané esa beca. Mis a

o unos papeles en su escritorio c

abas voluntariamente a la beca. Dijo que

desapareciera bajo mi

Recordé sus palabras de hacía unas semanas, cuan

ina," me había dicho con esa seriedad que yo t

o hasta que mis pies sangraban, había puesto mi alma en cada za

edicaba sobre la justicia, le hab

ta entonces, comenzó a crecer en mi pe

momento, pero no sentía su calor. Caminé sin rumbo, mis pies llevándome p

que habían visto todo el arte del mundo, estaba

niña, ¿qué

do en la oficina del Comandante brotaron sin contr

tro endureciéndose. Cuando termin

Nacional de Arte Flamenco de Madrid. Todavía te guardo esa plaza. Eres

eranza en la oscuridad que me envolvía. Le di las grac

Pero la escena que me encontré en el p

dra, bajo el limonero. Él le secaba una lágrima imaginaria d

z sonando más fuert

fría al verme. Raquel se encog

guntó él, sin mo

dije, mirándolo fijamente. "Me han di

ta más que tú. Es una mujer sola, fr

cesito nada? ¡Soy tu esposa! ¿Por qu

egoísta, Catalina. Tienes una vida cómoda como esposa de

Raquel, pero oírlo así, tan descaradamente, confirmó mis peores sospechas. No solo l

do y se llevó una mano al pecho.

palpable. "Catalina, no te quedes ahí parada. ¡Ve a l

la mujer que me había robado el futuro, en mi propia casa. Apreté los puñ

i lado de la cama, un espacio que Iván siempre había considerado sagrado, un lugar que ni yo podía desordenar

. Era un dolor agudo, físico, que me recorrió

pués, comenzó a toser violent

de la mano y mirándolo. "¿Eres idiota? ¡Este no es el su

olo había comprado lo qu

su rostro desfigurado por la furia.

a a Raquel en brazos. "¡Voy a llevarla al hospital!

ejándose. La injusticia era tan abrumadora que sentí que me asfixiaba. En e

viviendo así. Te

. Dentro, cubiertos por una capa de polvo, estaban mis zapatos de flamenco. Los qu

contra mi pecho, el único consuelo en mi desesperación. Eran un símbol

mientos, Iván regresó. Entró en la habitac

desaprobación. "¿Qué haces con eso? Pe

," respondí, mi voz

de una tensión opresiva. "Tu vida es estar aquí,

Raquel?" pregun

vuelva, quiero que te disculpes. Le pedirás perdón por ca

abras. ¿Disculparme yo? ¿Cuidarla yo? La indign

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