ados charlaban en voz baja, mezclando palabras como acciones, fusiones y adquisiciones. Entre ellos, Enzo Albuquer
ajeno al vapor que se disipaba. Frente a él, Lucas Viana, su socio y ma
l de la panadería, y hemos cerrado todo el perímetro para la nueva torre.
e la mesa. Al otro lado de la calle, a través de la pared de cristal, podía ver la panadería. Pequeña, est
ar
arillenta del interior parecía envolverla en un capullo que contrastaba con el frío hormigón de la ciudad.
impaciencia. "Te dije que si no entrega las llaves, el depar
a de pastel en las manos, sonriendo. Clara le devolvió la sonrisa, pero Enzo supo reconocerla: era una sonrisa rota. Se pasó la mano por la barbilla, sintiendo la barba rala que insistía en crecer durante las largas reun
la mesa, ignorando el bu
in apartar la vista del vaso. "¿Y
ajada, quitándose las gafa
banco ya lo ha denegado todo. Es solo cuestión de tiempo. Y si es demasiad
e. Lucas se inclinó hacia delante, oliendo algo más que negocios. "¿No me digas que ahora vas a tener una crisis de conciencia
ulo saltó en su mandíbula. "
papeleo se resuelva so
egarlo, Clara era como una astilla clavada en su piel
stándose el delantal manchado de glaseado, y charló con un repartidor que gesticulaba dema
hacia atrás, ignorando la
ntó el socio, intenta
elo a mi
"Ten cuidado de no mezclar c
o a todo el café. No respondió. Simplemente se fue, g
prisas, no la ayudó en absoluto: dejó todo apoyado contra la pared y desapareció en su
uró, intentando recu
lara se estremeció antes siquiera de darse la vuelta. El aroma
que conocía mejor de lo que quería admitir: la sonrisa contenida, los oj
nz
isma calma de si
apodo. Ya no era Clarita.
quie
nos, como si fuera lo más natural del mu
ella, intentando recupera
reve, pero suficiente para que una corrient
." Hizo una pausa, esbozando una
en el estómago. "No p
ontra su cadera para hablar más cerca.
la panadería. Él la siguió, cargando la caja como si fue
dose en el mostrador, el viejo reloj, el d
o has cambiado nada." Clara le quitó la caja de las manos, la colocó detrás
te con las yemas de los dedos sobre el mármol.
un tono tan tranquilo que casi sonaba crue
tirarle el trapo a la cara, echarlo de allí. Pero algo en
olo estaban ellos dos, atrapados en un antiguo juego de p