jos desorbitados por la rabia y la desesperación, vio su
y un brazo musculoso le rodeaba el cuello y la jalaba hacia atrás. Sintió su espalda golpeando el frío e implacable concreto del borde
en sus oídos, tragándose cualquier otro sonido. Ella sintió que estómago se le revolví
rrador, un pensamiento, claro y frío, atr
n peón desechable para asegurar la seguridad de su preciosa e idealizada Kenzie. Los doce años de su vida, los interminable
; un pitido suave y rítmico llenaba el aire. Ella parpadeó varias veces, m
verla despierta, le sonrió y le dijo: "Bienveni
reguntó Ellery, en
e el hotel había instalado para los limpiadores de ventanas. Terminó con unas cuantas costillas rotas y una co
as palabras. Su agresor no había caído en la r
upervivencia. Sabía que había una posibilidad de que ella sobreviviera, mientras se aseguraba de que la amenaza para Kenzie fuera
veía cansado y su traje caro estaba arrugado. Sin perder tiempo, se
no para tocarle la mejilla,
un largo y cansado suspiro. Luego, agarró la mano de la mujer co
o resp
til al que recurría cuando quería algo. "No te pong
etaria, en voz plana, mientras se
y respondió: "¿De esto se trata todo? ¿Estás enojada porque te
la que él torció su acto egoísta en una e
rgo, solo se limitó a susurrar: "Deberías irte. Kenzie de
palabras y luego asintió, alivia
veré cuando tenga tiempo", contestó. Tras
Kenzie. Con ella, se comportaba como una persona diferente: era gentil, atento y le complacía todos sus caprichos. Por ejemplo, le da
lery, solo una profunda e insondable sensación de alivio. Y el d
orrió a su lado, la agarró del brazo y exclamó: "¡Ya est
legado a esperar, salamera y falsa, un marcado contrast
mente sobre el muslo de Dawson. Ellery se instaló silenciosamente en
seria, le preguntó en un tono que era la mezcla perfecta de i
rofundo silencio. El hombre apretó el volan
con una sonrisa de complicidad, antes de
ho los ojos. Dawson miró a su asistente con un
o saber Kenzie,
mirándola fijamente y e
dejado de amarla. Cómo hablaba de ella durante horas, y cómo percibía a cada mujer que conocía como una pálida imitaci
el rostro enterrado en el hombro de su novio.
a, detuvo el auto y, con una expresión mezcla de confusión e ira, la ag
y con tranquilidad. "¿Una historia de amor pe
ron a centímetros. Escrutaba su rostro, e
riste. ¿Por qué?", soltó en
ensó, la chica, sintiendo que el agotamiento la invadía. Pero no