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zó a desabotonarse los puños de la camisa, sus movimientos precisos y deliberados. Era la misma form
a misma acción, el lento arremangarse de sus mangas, significaba que estaba a punto de jalarme a
rtido. O quizás, el hombre que siempre había sido, y yo simplemente había estado d
Mi cuerpo me gritaba que corriera, que me escondiera, pero no había a dónde ir. Esta jaula dorada
voz a mantenerse firme. Tenía que aferrarme al ú
us ojos grises entrecerrándose ligeramente. -Ya has d
ez es d
contenida en mi pecho. No se detuvo hasta que se cernió sobre mí, lo suficientemente cerca co
calofrío de miedo, no de deseo, por mi columna. -¿Crees que
s. Gritaré desde las ventanas. Le contaré a cada reportero que qu
irando en su brillante mente, calculando, evaluando. Él era el maestro d
resa, una lenta y fría sonri
uerdo
esconcerta
onrisa ensanchándose. -¿Quieres
abras. Era un truco. Tení
las llaves de su auto del tazón en la consola. -El Registro Civil está abierto una hora más en
era demasiado fácil. Alejand
evantada. -¿Vienes, o y
y creciente esperanza. ¿Y si hablaba e
guí fuera del departamento, sin atreverme a hablar, sin
ual intensidad concentrada, sus nudillos blancos en el volante. Miré por la ventana, viend
to, encantando a un empleado aquí, citando un oscuro estatuto allá. En treinta minutos, estábamos de p
momento de vacilación. El trazo
e la Vega-, el nombre que una vez había sido mi mundo, ahora solo tinta en un pedazo
Alejandro, su voz de
y garabateé mi nombre. Abril Cár
presentado. Hay un período de espera obligatorio por ley de sesenta días. D
nta
rrogante en su rostro. -Sesenta días, Abril -dijo, su v
ía. Tan seguro de que volvería arrastr
ando salimos a la calle fría, su teléfono sonó.
frío y despiadado desapareció, reemplazado
pánico? -Escuchó por un momento, con el ceño frunc
evo una máscara de cortesía distante. -Surg
se fue, dejándome parada en la acera, el viento frío azotándome. L
a Ciudad de México, un nuevo sentimiento comenzó a solidificarse en
ue tenía sesenta días para quebrarme. No se daba
el discreto en una parte de la ciudad donde nunca se le ocurriría buscar. Desde la quietud estéril de la habitación de
, mi teléfono persona
as y ven a casa. Necesitamos prepararnos para la gala de cumpleaños de mi madre. A
arreglara flores para la mujer que
Alejandro. Que cohabitemos podría ser visto como un intento de reconciliación, lo que podría anular
io al otro lado de la lín
nota de algo que sonaba casi como
ápido -dij
se endureció de nuevo. -Ven a
a de una mujer en el fondo de su lado de la lín
untos. Por supues
rradura encajando en su lugar. Fue la confirmación final que necesitaba. El último
plana. -Como puedes ver, no voy a volver a casa. Estamos, para to
nte, revisé mis contactos y bloqueé a cada persona que conocíamos en común. S
Sabía que era él. Dejé que sonara hasta que se fue al buzó
Dudo que cualquier otro abogado en esta ciudad tenga el valor de tomarlo, especialmente en mi
o a Daniel. Estaba usando la vida
l monstruo nadando en mi visión. No me

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