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Era mi salvavidas, lo único que podía sacarme del borde del abismo al que Alejandro me había arrojado. El psiquiatra lo había llama
da. Justo cuando estaba a punto de sacudir una pastilla
Miren lo que
accionar, su pierna se disparó y pateó el frasco de mi mano. Se deslizó por el pulido piso de mármol, las pequeñas pastillas blancas esparciéndose como dientes
goteando falsa simp
de mí. Pero la ahogué. Daniel. Tenía que pensar en Da
en busca de alguna pastilla perdida. Vi
s dedos pudieran cerrarse sobre ella. La sostuvo entre s
cruel en sus ojos. -Realmente estás loca.
erada y tragó. -Sabe a gis. Sabes, le dije a Alejandro que era
s, Brenda -dije, mi v
-¿Para qué? ¿Para que puedas seguir fingiendo ser un ser humano funcio
oche que tu padre murió, Alejandro estaba conmigo. Me abrazó toda la noche, diciéndome lo valiente que era, que me pro
e su eje. El aire fue ex
o de Alejandro fue para mí. Le preocupaba que la noticia me alterara, que desencadenara mi 'delicada condición'. Pas
rfectamente apuntada, cada u
a y viciosa. -¿Por qué sigues aferrándote a él? ¡No te quiere! ¡Nadie te quiere! ¡Tu famil
vertí, mi contr
e vas a pegar? Anda. Hazlo. Dale otra razón para verte
a un susurro conspirador que cont
cer fue llorarle a Alejandro, mostrarle algunos correos electrónicos y estados de cuenta falsificados. Sabía que no podría resistirse
n la corte. Contra su propio cuñado. Contra su propia esp
do. El qui
ectando con su mejilla r
a no retrocedió. Ni siquiera pareció enojada
comenzó
en me ayude! ¡Está
ejandro estaba allí. Pasó corriendo a mi lado, sus ojos llenos de un pánico y una preocupación que no había visto dirigidos a mí e
¿Qué te hizo? -preguntó
trás, mi tacón enganchándose en la pata de una consola. Caí con fuerza, mi brazo golpeando el borde de mármol. Un dolor agudo y pun
do con la agonía en mi pecho
y un solo y devastador pensamiento atravesó el caos en mi m
esposo. Yo era su esposa. Yo era la que s
de pie. Mantuvo su brazo firmemente alrededor de ella, su cuerpo una ba
asa? -gruñó, su voz
lé con un dedo tembloroso a Brenda. -Ella... ella me d
mi rostro desesperado y surcado de lágrimas
nte. -¿Por qué haría eso? Sacrificó su reputación para me
como una maldición. Mi hermano
ecir entrecortadamente. -Alejandr
entes dos palabras destrozaron el últi
s del

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