RI
ira
hombre que se suponía que era mi protector, mi compañero, mi amor. Me miró
anta ternura y dijo: "Abril, eres demasiado blanda para
ente venenosa por encima de las súplicas desesperadas de su propia esposa. Solo bastaron unas pocas lágrima
olo... solo investiga. Por favor. Investígalo. Verás que digo la verdad. -Yo era un desastre, mi rostro surcado de lágrimas y rímel, mi brazo sangrand
solo para... qué? ¿Vengarse de tu familia? No tiene ningún sentido. -Sacudió la cabeza, su expresión una de lástima y asco. -Tu hermano es un violador convic
l aliento. -¿Por qué? -jadeé, la pregunta ar
a una cuchilla en mi corazón. -
rdé ser una adolescente, un rumor tonto que se extendió sobre mí en la escuela. Alejandro, que entonces era solo el brillante amigo mayor de mi hermano, había pasado todo un fin d
stido al servicio de su propio ego, de su propia narrativa. Y en la historia que
ivocado. Significaría que su noble sacrificio por Brenda fue una misión de tontos, que lo habían eng
a había terminado. La esperanza se había ido. No queda
ndo el dolor punzante en mi brazo. -Se acabó. Pueden quedarse el
s! -gritó, su rostro una máscara de angustia. Luego, hizo algo tan audaz, tan performativamente demente, que solo pude quedarme mirando. Se abofeteó a sí misma, co
obladillo de mi vestido. -Por fa
da dirigida hacia mí. Levantó suavemente a Brenda. -Mira lo que has hecho
rígido. Comenzó a temblar violentamente, sus ojos se pusieron
sin pensarlo dos veces y pasó corriendo a mi lado hacia la salida. -La
Los restos aplastados de mi f
uñas de mi mano derecha en la palma de mi izquierda, con fuerza. Presioné, concentrándome en el dolor agudo
o, de ver el más mínimo temblor en mi mano y saber que algo andaba mal. Ahora, to
e pateó algo. La pequeña pastilla blanc
sus brazos, también la vio. Vi
aminó. Luego me miró, una lenta y despe
oz teñida de veneno. -¿Sigues tratando de manipula
astó bajo su zapato, tal como
tó el golpe
-Sacó su teléfono e hizo una llamada. -¿Doctor Albright? Soy Alejandro de la Vega. Necesito que interne a mi esposa..
jos desprovistos de cu
sta que estés lista para admitir que te equivocaste y dis
hielo. Este no era mi Alejandro. Este era un extra
temblando. -No puedes. Sabes
te lo buscaste -dijo fríamente. -No debiste
me a merced de los dos corpulentos enfermeros
iró hac
Me obligaron a tomar pastillas. Cuando me negué, me hicieron un lavado de estómago. Cuando grité, me ataron a
de los hombres de Alejandro, venía a m
disculparse con la
a de las drogas y el dolor, daba la mi
ada de qué
n este lugar que r
sé, y no tuvieron más remedio que
iban a dar de
on aspecto cansado y desaliñado, un ramo de mis peonías favori
dad. El hombre con el q

GOOGLE PLAY