vista d
erdiendo la cabeza así". "Pobre Elena, lo que debe haber soportado". Sus palabras, como pequeñas agujas, pinchaban las heridas abiertas de mi alma. Mi
me. Nadie vino por mí. Nadie llamó. Mi rico esposo, el hombre que una
s, como si estuvieran poseídos, me acercaron. A través de la rendija de la puerta, lo vi, sosteniendo la mano de El
Jeremías, su voz espesa con una ternura que nunca había escuchado dirigida
sé, Jeremías. Estaremos juntos ahora, ¿verdad? Justo
ado que me robó el aliento. "Celina fue solo un medio para un fin. Un m
Mal necesario. Su verdadero destino. Todo este tiempo, había sido un peón, un recipiente para su amb
de mis dolorosos pasos resonando en el pasillo vacío. Afuera llovía a cántaros, reflejando la tormenta en mi corazón. Caminé sin rumbo, el agua fría empap
ión burlona. Entré, mis pasos pesados, y miré los restos de mi vida. Mi ropa todavía estaba en montones dispersos, mis pertenencias arrojadas al azar
os, un suéter gastado, el pequeño relicario que mi madre me había dado. Mi cuerpo
te venciéndome. El mundo giró, y luego, miserico
. Agua fría y oscura presionaba por todos lados. Estaba en una caja de cristal gigante, un ataúd transparen
labios, observándome, sus ojos desprovistos de emoción. Depredador y presa. Se me heló
z amortiguada por el grueso cristal. El
le. "Le causaste dolor a Elena, Celina. Está molesta.
do mis manos contra el cristal. "¡R
importa la verdad? ¿Tu verdad? Eres una desgraciada
. Mis ojos se abrieron de horror cuando lo desató. Serpientes. Doc
de mis piernas, sus cuerpos escamosos rozando mi piel. Grité, un sonido gutural de puro terror, golpeando contra el
ité, mi voz ronca, las lágri
n, ¿quién le creería a la exesposa 'mentalmente inestable'?". Hizo una pausa, sus ojos brillando con un placer
oscuridad casi total. Solo el tenue resplandor del tanque lleno de agua iluminaba mi infierno viviente. Las serpientes se deslizaron más cerca
da. Sus votos. "Te protegeré, te apreciaré, te amaré, hasta que la muerte
orcí, pero las serpientes estaban por todas partes. Mis pulmones ardían. Mi visión se atenuó. Lo últi
ndo. Jadeos. Toses. Mi cuerpo estaba en e
distante y desapegada, llegó a mis oídos. "Tres días. S
scuridad total. El hedor a descomposición, a algo muerto hace mucho tiempo, llenó mis fosas nasales. Intenté ponerme de pie, orientarme, pero mis piernas se d
ajo mis dedos temblorosos. Perdí la noción del tiempo, de la realidad. Mi mente se fracturó, mi c

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