vista d
ela. Se fue. Mis rodillas se doblaron. Alcancé su mano, todavía cálida, pero la vida
o las paredes estériles de la UCI. Fue un sonido de pura, absoluta agonía,
eza, se me acercó. Me puso algo en la mano. "Su ab
mi abuela. Con dedos temblorosos, presioné pl
ías. He visto el dolor en tus ojos, incluso cuando intentas ocultarlo. Mi pajarito, mereces mucho más que una jaula. No te
mor perdurable. La presa se rompió. Las lágrimas corrían por mi rostro, calientes y agonizantes. Me hundí en el s
últimas cadenas que me ataban. No quedaba nada que temer
lé junto a su ataúd durante tres días y tres noches, negándome a comer o beber, perdida en una ne
aprobados. Listos para su firma, Celina". Firmé sin dudarlo.
puerta se abrió de golpe. Elena. Parecía demacrada, su rostro to
voz goteando veneno. Sostenía una pequeña caja de madera intri
", pregunté, mi voz
errizó con un ruido sordo y repugnante a mis pies, abriéndose, der
ocencia. "Qué torpe soy. Pens
i visión se tiñó de rojo. Me abalancé, mis manos cerrándose alrededo
un gruñido. "¿Dónde están el
la comida para perros", soltó ahogada, una malicia desafiante todavía acechan
olpe vicioso y a mano abierta que le hizo retroceder la cabeza. Otra vez. Y otra vez.
a Elena, magullada y jadeando por aire, agarrándose la cara. Ni siquier
ojos. Sin un momento de vacilación, me pateó. Un golpe brutal y repugnante en el pecho. Me doblé, un ch
tarme. A
n una oleada de adrenalina, lo agarré y lo balanceé salvajemente. Conectó con su cabeza con un ruido sor
ón. "¡Mi cara! ¡Me golpeaste en la ca
e goteando entre sus dedos. Pero sus ojos todavía estaban en Elena
gerlas, de volver a meterlas en la urna rota. Jeremías, recuperando el equilibrio, vio mi intento. L
fría. "Está muerta. Igual que tu bebé. Igual que tu familia
inal y definitivo. La última ilusión de un se
firme, a pesar del dolor insoportable en mi mano. "Puedes matarme,
s dolor, la puerta se abrió de golpe. Oficiales de policía, sus unifo
o", anunció un oficial de rostro severo. "Por as
e incredulidad. "¿Saben quién soy? ¡Soy
os", insistió otro ofici
ia mí, ignorando las protestas de Jeremías. Sus ojos, llenos de una preocupación abrasad
mías, un brillo frío y depredador en sus ojos. Envolvió su brazo alrededor de mi cintura, atrayéndome protectoramente c
omprensión incipiente. Los ojos de Alejandro, llenos de ternura posesiva mientras me mir

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