DÍAS
la sabía que Mikhail Baranov habían ordenado que ella estuviera vigilada las 24 horas del día, pero
andra recibió un sobre cerrado sin remitente. Lo dejó sobre la mesa sin abrirlo de inmedia
o gramaje. Solo una línea escrit
i espera su prese
a m
cía falta
razada de invitaci
cultural de Rusia. Y no era habitual que se utilizara para reuniones privadas. Si él la citab
ba las paredes barrocas del salón secundario de la Mansión Baranov. Afuera, el día era una cortina impen
nas cruzadas, un cigarro largo entre los dedos y una copa de vino tinto casi intacta sobre la mesa.
as percibiendo la silueta del ho
urtido, con el abrigo aún empapado por la l
nov activó vigilancia sobre la señorita Alexandra Mo
umo con elegancia, s
n se l
a tarea ni a Dmitri o a Viktor, fue ejecutad
é enco
peta de cuero negro. S
Luego, como si acariciara un arma, deslizó
asaporte, nacionalidad, historial académico, inversiones, c
ada? -preg
egítima, sólida, y con vínculos históricos con la realeza británica.
muró con una s
jando del avión, Alexandra saludando a funcionarios rusos, Alexandra e
la entrecer
eat
po de seguridad podrá escuchar la conversación. Pero la invitación fue
e levantó lentamente. Se acercó a la ventana, apartó la corti
cerró un teatro
orit
na mano, de
n más
Solo ust
no en el cristal
algún día seré Barano
a lo es -respondió e
demostrarle que sé cu
rostro impec
olo... observa. Si esa mujer está aquí por negocios, que haga negocio
Señor B
mo si esa pregun
esa mujer... no sangra. Todavía. Pero si se acerca
tió y salió si
ó en una página donde Alexandra aparecía sonriend
rvó lar
rró con dulzura venenosa-. Pero la perfe
ncendido colgaba de sus dedos perfectamente esmaltados. Con un gesto lento y elegante, lo arrojó al fuego. Las llamas
con veneno en la voz-. Alexandra Mor
mol. Tomó un bolígrafo de plata con el monograma de Mikhail y lo s
da-. Y si cree que puede quitarme a Mikhail, tend
se curvar
v seré yo. Una inglesa
quella mujer ardía algo más antiguo y peligroso:
manto blanco. El aire cortante muerde la piel, y el vapor de los alientos se disuelve entre faroles titilantes. Transeúntes apresuran el paso, envueltos en abrigos gruesos, sus pasos crujen sobre
el vehículo. No había público. El personal había sido desalojado. El escenario estaba vacío, iluminado te
oscuro, abrigo largo, manos cruzadas a la espalda. Un zar si
la entrada del palco, el sile
teatro vacío -comentó ella,
a una mujer como usted en Mo
etuvo a p
tipo de
zul, ahora menos fría, contenía algo nuevo. Una gr
ia -dijo al fin-. Y eso es lo má
or coquetería. Era una sonr
amenazar. V
stoy perdiendo el control del 1% -murmur
lo miró, s
guardia. Fue un segundo, una pausa, pero en ese instante, algo se
me citó aq
odo, pero lo suficiente como para que el perfume
que en este lugar, las palabras
ndo seducirme
era que la
una ceja,
s así con s
ace pensar que quizás el enemigo.
Ya no era una amenaza. Era una tensió
n voz más suave-. ¿Qué lo haría rend
miró f
a sido parte de mi le
mos algo en co
de las lámparas danzaba sobre sus rostros. En ese instante, Alexandra sintió cómo el cuerpo le respo
acc
mal? -preguntó ell
historia como una traged
o, se
no ser
como amenaza ni como ma
onmigo, seño
este, quizás una trampa, pero decirle que no a Mikhail Baranov parecía imposible,
úsica, sin público, sin máscaras... comenzaron a moverse con una sincronía inesperada. Él guiaba. E
blaro
a de las pocas personas que se atrevía a mirarlo y sotenerle la mirada, y quizás era una de las pocas mujeres que
alentía Señorita Morgan ¿Sabe usted que no to
nde, no vine a ser su enemiga en su negocio, yo tengo los prop
a mi se me apetece puedo sacar mi arma de fuego y matarla, tamb
no me asus
Alexandra sabe que estaba jugando con la muerte aunque tuviera miedo, no admitiria aquello, y es algo que a lo largo de los años su madre ha trabaj
so se va a converti
considera un enemigo, sabe como acabar conmigo, de mi parte ha terminado e
nada más y nada menos que a Mikhail Baranov que no realiza
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