a camioneta. Natalia no dijo nada. Pero observó el rostro de Alexandra, su expresión, el brillo leve en sus oj
pers
ía no
il Ba
mtra en los terrenos
a Natalia, gracia
órdenes
andra se despide y se
Alexandra apoyó la espalda contra la pesada puerta de roble y cerró los ojos por un instante. Sus manos, temblorosas, buscaro
surró al vacío,
señaron que el miedo era un lujo, una grieta que sólo servía para que otros clavaran sus cuchillos. Sonríe. Ca
s paredes frías de su mansión, podía permiti
il Ba
resente y con tan solo pocos días. Especialmente cuando no lo estaba. Sus ojos... ese azul glacial que parecía diseccionar el alma. Era el tipo d
era una liberación controlada, como si intentara desprenderse de la sombra del magnate ruso con cada metro que
El más caro. El que ardía al tragar, como una maldición líquida. Se sirvió una copa generosa y la sostu
o en voz baja-. No esta vez. Tú sabes
bi
ble segundo, lo vio otra vez. De pie frente a ella, altivo, con ese aire de poder que no se hereda, sino que se toma a la fuerza. Mik
que sentirse tan viva
rando hondo. Debía recomponerse. Pero sabía que aquella noche, como muchas
nvuelto en sa
está permitido - Alexandra adquiere una mirada fulminante, deja el ta
erca, pero todo es más fascinante
ndo seguía latiendo con esa violencia silenciosa que siempre parecía acechar en las sombras
omenzaba a formar una neblina suave que ascendía desde el jacuzzi mientras ella abría lentamente la caja de cristal tallado. Tomó un puñado de pétalos de rosa c
pejo, Alexan
tido deslizó un sonido suave al bajar por su espalda, como un suspiro contenido. Dejó caer la tela a sus pies, un charco oscuro de sed
ire húmedo del baño. Se recogió el cabello con una cinta negra de satén, revelando la
era su única forma de rendirse sin rendirse. Ingresó lentamente, primero un pie, lue
s rosas se mezcló con la humedad del vapor. Por fin, las tensiones emp
paz era
a. Mikhail Bar
Alexandra no era cualquier mujer. Sabía mover las piezas, sabía medir el riesgo... y aún así, algo en él la desarm
egiera, la escondiera, que el silencio del baño fuera un escudo. Pero en el fondo de su mente, en lo más h
piró hondo y
a mucha
a una pre
ro blindado cruzó los portones de hierro forjado de la Villa Baranov, ubicada
caso, vitrales diseñados por un artista francés, columnas talladas por manos italianas y un jardín central que reproducía con exactitud un esquema imperial de San Pe
da. Mikhail descendió con su habitual elegancia, quitándose los guantes de cuero negro sin apuro
voz aguda, suave, inc
jó a sus brazos. Mikhail apenas la
o él, con un tono
jo fuego, que resaltaba su silueta perfecta. Su cabello rubio platino estaba recogido en un moño bajo, con mechones sueltos
que incluso las élites rusas no podían disimular-. Dmitry
respondió Mikhail con calma-. Sa
ika se congeló apen
trañarte no está
resión. Luego la liberó
uí? -preguntó, entrando
El embajador alemán ofreció una cena privada este fin de semana y que
que una casa habitada. Los mayordomos se hicieron a un lado al ver a Mikhail pasar, sin sa
ntras hablaba-. Las joyas para la gala están listas, por cierto. Mandé
la miró por primer
interesa la poesía o simplemente te
ió, sin m
Misha. ¿Acaso
ectora de su propia firma de cosméticos. Conocida en toda Europa del Este por su bellez
ella era invitada a todos los eventos internacionales como "la pareja del Baranov". Su presencia era magnética. Su intel
os cuentos. Lo amaba como se ama a una victoria, como se am
te desean, Misha. Pero solo
sombra? -preguntó él, sirvié
vacío que solo alguie
obree
por detrás, t
. Solo quiero recordarte que no necesito se
ebió, sin
stumbre con pert
sin decir palabra
por
ó una ceja
Qu
e que llegó, todo cambió. Tu gente la vigila. Tú... tú la invitas a teatro
Esta vez, su voz fue
nuestro, es una alianza conveniente. Te conviene a ti. Me conviene a
mutó. Solo la
on ser la única que esté a tu lado cuando el mund
no res
ó de nuevo, esta
s mujeres como ella no llegan p
ró él, casi p
de advertencias mudas. Su perfume quedó suspendido e
menea. En su vaso, el hielo comenzaba a derretirse lentamente.
antes. No había tocado a Veronika nunca lo hizo... ni quería hacerlo, pero Alexandra lo había m
mo él... era más pelig
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