vista de
a exigencia de Christian, se negaba a cooperar. Cada fibra de mi ser gritaba en protesta.
tar estaba cargado de palabras no dichas, más pesado que las cortinas de terciopelo. No habló, no
voz fría, desprovist
era, que obedeciera. Como un perro. Una parte de mí quería desafiarlo, mantenerme firme. Pero
otra persona, magullado y vaciado por el dolor. Todavía me estaba recuperando de la
Fue rápido, inesperado. Un empujón. Un violento golpe por la espald
olpeó algo duro. El dolor explotó detrás de mis ojos. Aterricé hecha un ovillo en el suelo, mi cuerpo gritando en
anceándose locamente. Mi visión nadaba. El dolor era insopo
da de mis pulmones. Mi voz era un sus
aicionar ninguna emoción. Ni pánico, ni arrepentimiento. Solo una mir
alma. Este era el hombre que había prometido apreciarme, protegerme. Este era el ho
ntil, ahora se sentía como un hierro candente. Apartó un mechón de cabello de mi cara, su pulgar rozando mi sien en
asiva. Era una manipulación escalofriante-. Bárbara está muy afectada.
con sus acciones. Acababa de empujarme po
rdí a nuestro hijo! ¡Y tú proteges a la mujer qu
o el mismo documento del bo
el problema. O el mundo entero verá
i cabeza daba vueltas, pero mi mente tenía una cosa clara: no
dedos palpitantes. Mi firma era un garabato tembloroso, apenas legible, pero ahí esta
? -pregunté, mi voz
sa leve, casi impercepti
la normalidad. -Se levantó, imponente sob
redirme. Cerré los ojos, una risa amarga burbujeando en mi
us pasos se desvanecían, un pensamiento se cristalizó en mi mente, agudo y claro.
o que no había llamado en años. Georgina de la Torre. La madre de Christian. La muj
eces antes de que su v
qué debo es
ecir, las palabras sabiendo
o al otro lado, luego una e
s en razón, querid
ncia, me di cuenta, a

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