vista de
la luz cegadora, luego el dolor sordo en mi cabeza, un latido persistente que resonaba con cada latido de mi corazón. Mis muñecas yla boca seca, la garganta en carne viva. El distintivo olor a pino
e un denso bosque. Este no era nuestro penthouse. No er
igeras y despreocupadas, se filtraban a través de las delg
e cerca por Bárbara. Se veían despeinados, como si acabaran de despertar juntos. Bárbara llevaba una de las camisas grandes de
conocimiento, me recorrieron. No vio a El
eguntó a Bárbara,
rostro una máscara
las escaleras. -Sus palabras eran un eco escalofriante de los propios abusos pasados de Christ
de Bárbara. Había fingido un aborto y me había incriminado. La sangre de la noche anteri
llo peligroso en sus ojos. No me reconoció. Pensó que
de Christian-. Estaba furiosa por nuestro bebé, Chri
s, por su propia y retorcida obsesión con la "pureza". Había enviado a alguien a secuestrarme, a su espos
i boca estaba amordazada, un paño áspero metido profundamente, si
speración, interpretó s
ontraron con los míos, un destello de pura malicia, luego se volvió hacia Christian, su voz du
apretó l
-Se volvió hacia un corpulento guardia que estaba junto a la puerta-.
¿"El tratamiento habitua
or y miedo, vi a Bárbara darle a Christian un beso prolongado, luego se giró para verme ir, una son
y pesado con un calor opresivo. La mordaza todavía estaba en mi boca, atando mis
. Mis pulmones gritaban por aire fresco. Me retorcí salvajemente, pero las cuerdas se mantuvieron firmes. Podía sent
o ningún sonido escapaba de mis labios atad
ises. Mi cabeza palpitaba. Me estaba asfixiando. Pensé en nuestro bebé, en la vida robada, y
, con rostros impasibles, me arrastraron a un pasillo tenuemente iluminado. Mi cuerpo estab
enazante, con un grueso látigo de cuero en la man
eó, su voz como el hielo-. ¿Te atrev
que siguió, inimaginable. Rasgó mi piel, una marca de fuego en mi espalda.
ada latigazo iba acompañado de un tor
l? ¿Creíste que podías interponerte entre Bárbara y yo
n que no cometí, porque creyó sus mentiras, porque quería creerlas. Y en su mente reto
carne, cada golpe un brutal recordatorio de su traición, su ceguera, su monstruosa cru
elo de piedra. Se paró sobre mí, jadeando ligeramente, su rostro aún con
ostado, un ge
a. Déjenla
penas consciente. Escuché la
o, ¡estuviste inc
arecían, un único grito crudo atravesó la mordaza, un sonido de desesperación pura e inalt
vacilación fugaz. Pero luego la v
rdamos ni un momento m
era yo para
maltratada. Cada herida, cada traición, cada acto de violencia, t
scapar. Y luego, le haría pagar. No por venganza. Sino por justicia. Por el hijo q

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