io de su presencia se había evaporado, dejando atrás el frío amargo del engaño. Observé su espalda alejándose, un nudo frío y duro formándose en mi est
ulo negro y elegante, usualmente pegado a él como una extremidad extra. Esta no
ad había sido reemplazado por un hambre feroz de verdad. Él me había despojado de mi dignidad; yo lo despojaría de sus secretos. Recordé
ior de su aplicación de mensajería, estaba el contac
peaba contra mis costillas, un tambor frenético de fatalidad inminente. Sabía lo que encontr
s internos, declaraciones de amor. Confirmaciones de reservas de hotel para el St. Regis y otros resorts de lujo. Fechas y horas que contradecían directamente su horario de "viaje de negocios". Fo
tamente que casi dejo caer el teléfono. La traición era mucho más profunda, mucho más profunda de lo que había imag
hueco distinto en la conversación. Los mensajes solo retrocedían unas pocas semanas. Cualqui
taba de dolor; se trataba de estrategia. Él pensaba que era li
olución era de hierro. Clic. Clic. Clic. Fotografié cada mensaje incriminatorio, cada reserva, cada foto, cada detalle
despertar brutal al monstruo que había amado. Mi estómago se revolvió, la bilis subiendo a mi
mis huellas dactilares y me retiré a nuestra habitación. Me acosté allí en la oscuridad, mirando el techo, las imágenes grabadas en mi mente. El dolor era
Las reglas se habían reescrito. Y yo

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