una intensidad helada. Su mirada, usualmente despectiva, ahora contenía un desprecio esc
roblemas de nuevo?". Dirigió su atención a mis amigos, su expresión endureciéndose. "Y ustedes", se dirigió a
aba tratando de proteger a mis amigos d
ndo de mis labios. "¡Está acosando a mis amigos
ara de lágrimas teatrales. "¡Está mintiendo, Gregorio! ¡Siempre ha sido celosa! ¡Está tratando de po
tora. "¿Ves lo que has hecho, Cristina?", gruñó, su voz un rugido bajo. "La molestaste. La molestaste deliberadamente". Se volvió hacia mis amigos, s
rostros palideciendo. Conocían
o adelante. "¡No te atrevas
os ahogados resonando en el repentino silencio. Al pasar, hizo un gesto seco a sus guardaespaldas. "E
ante. Mis amigos, valientes como eran, parecían aterrorizados.
ndome frente a Sara.
nte suave, pero sus ojos eran firmes. "Usted conoce al Sr. Henson. Cuando da una orden, se cumple. Especialmente cua
aría a mis amigos sin pensarlo dos veces, solo para apaciguar a Kennedy. Mi corazón se contrajo con una horrible comprensión: era imp
nte se formó en mi mente. Solo había
posó en un florero de cristal ornamentado sobre u
ndo con una nueva y desesperad
jido repugnante resonó en la habitación. Un dolor agudo y punzante me recorrió el brazo, haciéndome jadear. La sangre brotó
su rostro contorsionado por el horror. Mis otros ami
nte, el dolor haciendo que mi cabeza diera vueltas. "Díganle que yo lo hice. Yo soy la que necesita ser castigada.
ertados por mi repentino y brutal acto de autolesión. Mis amigos, con lágrimas
qué harías esto?", susur
ien, Sara. Es solo un hueso roto
rla a un hospital, ahora!", instó a los demás. Me ayu
cortó el aire. Un grito furioso desde el piso de arriba. No
ipal. Y allí estaba ella. Kennedy. Tambaleándose precariamente en la barandilla,
silencioso salón. "¡Simplemente no lo haces! ¡Solo te im
¡No seas tonta! ¡Baja de ahí!". Extendió una mano, su voz cargada de una desesperación frenética que nunca antes había
dejado por muerta, ahora suplicaba, se arrastraba, por esta reina del drama manipuladora. Lo absurdo de todo
aló en el mármol pulido. Un jadeo colectivo se elevó de los espectadore
rugió
ipal, tratando de protegerme, cuando sucedió. Con un golpe sec
irectament
de agonía. Mis costillas, aún sanando, crujieron bajo el impacto. El aire fue expulsado
entre la multitud atónita. Nos alcanzó, sus ojos muy abiertos por el terror. Ni siquiera miró mi rostr
voz espesa por una abrumadora preocupación, su
sin otra palabra, sin una mirada hacia atrás, se dio la vuelta y salió corriendo del antro,

GOOGLE PLAY