ria. Sus dedos se clavaron en mi mandíbula, sus ojos ard
-enumeró, su voz baja, venenosa-. ¿No ves lo que estoy trata
l colchón junto a mi cab
ose como un globo pinchado. Se giró de lado, dándome la e
resonando en el dormitorio, burlándose de la risa
azando un camino por su sien. Debió ser un tr
guía sonando,
teléfono que había tirado de
uego lo
mi voz plana. Ambos sa
olver a l
no -ordenó, ext
teléfono, me agarró la mu
metálica y aguda,
bas a conocer a mis padres esta no
mi rostro ardien
as un susurro-. No querrás dar
sin decir una palabra, comenzó a cam
uerta, se detuvo, s
jo, su voz peligrosamente baj
cerca, sus ojo
ante que ella? Recuerda tu lugar, Sofía.

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