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un infiel en serie, y yo
trimonio; lo presumió en públic
ultura que hice para mi madre muerta, riéndos
, congeló mis bienes, destruyó mi carrera y me
ugar de eso, se convirtió en el monstruo que usó
o una fecha límite y
destruyera a su amante y se arruinara a sí
hombre roto ofreciéndome su imperio
fría como la tumba-, es hor
ítu
ista de An
cuando el puño de Agustín se estrelló contra la puerta de la
rojo floreció como una flor violenta sobre la pintura blanca e impecable. Ni siquiera gritó todavía, pero el silencio que siguió al estru
un gruñido sordo, apenas audible sobre
onente y amenazadora. Su pregunta quedó suspendida en el aire, de
go, una calma extraña se había instalado. Una calma escalofriante, casi victoriosa. Se m
un susurro, pero cruzó el silencio roto de la ha
sabía que poseía, un veneno de acción lenta diseña
so más cerca, sus
ando metes a un extraño en nuestra cama, en mi casa? -escupió las palabras, cada un
e, invocar la culpa. Pero solo había un esp
e in
lo que hicimos, Agustín? ¿O
s. No era solo la traición, era el dolor crónico y punzante que se había convertido en
ró, una máscara de i
, ¿verdad? Todo est
ndidad de mi resentimiento fuera una r
ora una compañía constante, un cruel recordatorio de la enfermedad que me devoraba por dentro. Mi cuerpo
vez me dijiste, Agustín, que el amor y el odio son las dos caras
a suya, de donde había golpeado la puerta, o quizás la mía, de los dolores fantasma que me arañaban
da detrás de él. Sus nudillos sangraban abundantemente, goteando sobre la alfombra blanca e impecable
a voz era joven, desco
Estaba congelado en el pasillo, agarrando su cam
ó. Solo levantó una mano,
su voz baja y p
atrás, buscando a tientas la puerta, y luego se fue, deja
ió lenta, deliberadamente, como un depredador acechando a su presa. Cada músculo de mi cuer
garre era de hierro, ineludible. Me arrastró sobre los vidrios rotos, ignorando el crujido bajo nuestros pies, los afilados
ujón violento, me arrojó a la enorme bañera de mármol. El impacto hizo que me castañetearan los dientes, y antes de que pudiera siquiera
helado. Sus ojos, todavía ardiendo de furia, tenían un aterrador destello de algo más: una
abrasadora. Me agité, el agua salpicando salvajemente, en un intento desesperado y fútil de e
Sin pensar, lo balanceé, un arco salvaje y desesperado dirigido a su cabez
sus ojos nunca dejaron los míos. Eran pozos profundos e insondables de dolor y
o se abalanzó sobre mí en un instante, sus manos en mi cuello, sin apretar, todavía no, pero sus pulgares presionaban
os, su aliento entrecortado,
ste todo! -siseó, su voz espesa c
alto repentino y violento, fue demasiado. Tuve una arcada, un
eado. Sus ojos se abrieron, un destello de
z ahogada, ronca, incrédu
s profundo e insidioso. Mi estómago ardía, un pozo de ácido ígneo que se había convertido en una part
ulejos, llena de autocompasión y acusación-. ¿Y para qué? ¿Un momento de patética vengan
espalda, el agua todavía ca
ía temblaban con emoción reprimida-. ¿Quieres
on una fuerza que sacudió toda la casa, dej

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