e Val
agaba la luz. El aire estaba cargado de un aroma desconocido y almizclado. Mi corazón latía con un ritmo nervioso contra mi
austera y sin rasgos que añadía a su aura de enigma. Se movió con una gracia silenciosa, acortando la distancia entre nosotros hasta que estuvo a solo centímet
ascarada se clavó en la mía, y sentí un escalofrío recorrer
sorprendentemente suave, pero firme. Cortó el si
fachada cuidadosamente construi
rro, mi mirada cayendo a la alfomb
se burló. Simple
nces? -preguntó, su voz aún
otros, que se deleitaban con la emoción ilícita de una «esposa de multimillona
jarlo. Para empezar de nuevo. Controla cada aspecto de mi vida,
azo, asco, quizás una broma cruel. En cambio, simplemente extendió la mano, su mano enguantada trazando l
do a expresar en años. Hablé de arte, de restauración, de la tranquila satisfacción de devolver la belleza a la vida. Escuchó, realmente escuchó, algo que Alejandro
oz firme, posesiva de una manera nueva
miento. Mi concierge personal. Se sentía me
umen puro me mareaba. Para Alejandro, esta suma era calderilla, un gasto trivial. Para mí, era una montaña, un camino hacia la independe
tándome. Un mensaje de Alej
pera que vaya corriendo, ¿no es así?, pensé, una oleada de rebelión apretando
puesta cortant
sa mansión estéril, a su fría mirada, era insoportable. Mientras caminaba, perdida en mis pensamientos, un vestido en el escaparate d
ista personal que de alguna manera siempre lograba elegir piezas que me recordaban el estilo elegante y discreto de Eleonora. Yo era un homenaje andante,
ravillosamente, el color un marcado contraste con los tonos apagados que Alejandro favorecía. Me miré en el espejo y, por primera vez en
. El precio, aunque no extravagante, alguna vez habría s
o y delicado colgante de jade que había visto. Se había burlado. «Ya tienes suficientes joyas, Valeria. No seas codiciosa». Pas
a, atrayéndome. Un pastel de chocolate grande y decadente. Lo compré, un gesto desafiante contra la
uerte, casi dolorosamente dulce. Mi estómago, acostumbrado durante mucho tiempo a comidas escasas y cuidadosamente
ó disparado de debajo de un arbusto. El gato me miró, sus ojos brillantes, y por un momento, vi un reflejo de mí misma e
ropias decisiones, incluso las pequ
como un secreto peligroso. Alejandro nunca lo toleraría. No podía arriesgarme a que lo e
teniendo el vestido-. ¿L
ido, y de nuevo a mí, con los o
la en
-dije, entregán
ejarse, una leve sonrisa en mis labios, sentí una extraña ligereza. Realmente no hab
os que emanaban de la sala de estar. Reconocí el murmullo bajo de la voz
el rostro pálido, rodeado por un equipo de personal médico con impecables uniform
jos clavándose en los mí
tranquila-. ¿Y por qué llevas esa ropa? -Su mirada recorrió mi s
Esto no era un chequeo de bie
esprovista de emoción, sus oj

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