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Historia
Encontrar la libertad en un pueblo pequeño

Encontrar la libertad en un pueblo pequeño

Autor: Gavin
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Capítulo 1

Palabras:1279    |    Actualizado en: 17/12/2025

uando caí enferma, tuve que rogarle a mi esposo, A

e por malgastar mi m

ole a su exnovia un collar de cinco millones de dólares. Los mensajes de la

cia, llamándome un «adorno». Yo era una posesión que había comp

quier fiebre. Él controlaba mi vi

a me la ganaría. Empujé la pesada puerta de «El Diván Escarlata», un club de élite do

ítu

más pesado que de costumbre en mi dedo, un recordatorio constante de la jaula de oro en la que vivía. Brillaba bajo las duras luces

-preguntó Marcos, el asistente

fría y dura. Mi mensualidad, unos míseros diez mil pesos, se había evaporado hacía dos semanas cuando enfermé

o -logré decir, mi voz apenas un susurro.

ente esculpida de

or Arango está en una

sistí, aferrándome a

perceptible que aun así lo

as puertas de cristal esmerilado

pasaba parecía ver a través de mi fachada, asomándose a la patética realidad de

hora. Cinc

en todo momento como el magnate tecnológico que era. No levantó la vista de inmediato. Sus ojos estaban fijos en l

solo el reconocimiento de que yo existía en su espa

s manos sudorosas-. Yo...

a vista. Su mirada e

ó el primero del mes. ¿Vol

illas a

llevó la mayor parte. Necesito para... cosas person

con una sonrisa burlon

e podrías desear. No trabajas, Valeri

pasión por la restauración de arte, incluso ser voluntaria en un refugio local, alegando que «mancharía el apellido Arango». Cada intento que había hecho

secreto una antigüedad restaurada en línea. El castigo por esa transgresión todavía me hacía temblar. Me había cor

de Alejandro

a mi reputación? ¿A nuestra reputación? -Se puso de pie, su altura de repente imponente, amenazan

había vuelto a entrar sile

esita descansar. -Su tono implicaba que yo era u

. La humillación me quemaba por dentro, más caliente que cualquier fiebre. Salí de

tante comenzó a caer. Me ajusté mi delgada chaqueta, deseando el calor de un taxi, una taza de café calient

einas de Polanco». Temía esos mensajes, pero la curiosidad,

capó». Estaban en un yate, riendo, con copas de champán en alto. El pie de foto decía: «¡Alejandro Arango no escatima en gastos para su

pesos para tampones, acababa de gastar

a. «Siempre el segundo plato». Otra: «Sabía en lo qu

echado. Recordé el rostro radiante de mi padre el día de mi boda, el cuantioso acuerdo que Alejandro había pagado, disf

s. Caminé a ciegas, las luces de la ciudad se desdibujaban en vetas de color. Mi cuerpo estab

dro besando a Eleonora. Sus palabras resonaron en mi cabeza: «El

te empapada, de pie frente a un letrero de neón que parpadeaba a través del aguacero: «El Diván Escarlata». El «lugar e

ntraría mi libertad. Y

sada y ornam

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