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Historia
Isabel de Sefarad

Isabel de Sefarad

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Capítulo 1 Yo soy Búhio Rojo

Palabras:2329    |    Actualizado en: 12/10/2022

L DE

ntidad propia, y los vientos de la intolerancia, harán que se divida entre mente y corazón,

, los ojos tristes de una doncella, miran al mar que se

, y su mente cavila como reunirse con el, aunque eso le cueste la cordura a su padre, don Rodrigo de Pechuán, noble descendiente del hidalgo que cabalgó a las órdenes del rey don Jaime I el conquistador, arrogándose los méritos propios de un guerrero. Que

fluye por sus venas, y hora es de demostrarlo, sacando de donde carece, aquello que no posee. Lágrimas deja correr, que es hembra y no varón, amargura que ha de guardarse, si es que su deseo concibe l

ridas rocas que a ella se le antoj

me que habéis olvidado al que fuera dueño de vuestro dolor, que me robó el tesoro que más yo guar

que no puedo daros placer, en esto que me pedís, y mi yo mismo se desuella por dentro, en

doña Isabel,Castilla, sino obedece. El marqués de águilas, que Gabriel le pusieron al nacer, de vos solicita e

u señor padre, le dirigió aquellas crueles pa

deseáis, y yo os concedo.-respondió doña Isabel, con resignación propia de su educación y rango. Aband

o conocer la diferencia, entre varón fiel, y el que no se somete, a la ley del Cristo. ¿Acaso no manda el corazón allá donde su lanza clava?. Los estandartes ondean en las almenas, anun

s que todo ha de arreglarse, y la sonrisa asomará de nuevo a vuestros labios. Venid que os he preparado algo de comer, que estái

eunidos, esperan la presencia de la más solicitada de las doncellas hijas de noble. Todos vuelven sus

de Castro, que unen sus armas en camaradería, para poner frontera a los judíos de Castilla y de Aragón, que ambas coronas abandonan. Aun allí se encuentran, don Alonso de Hijas, y don Rodrigo de Barahona, que viene de Riaza, en la muy noble c

hallan reunidos la flor y nata de Castilla y Aragón. Las armas del conde presiden en lo alto de la enorme chimenea, en dos banderas cruzadas, y cuando él

hija doña Isabel de Pechuán, conocerá hoy a quien la pretende desde hace largo tiempo.-Dirige su mirada a don Gabriel, marqués de águilas, que ciñe espada al cinto cuajada de joyas rojas traídas de la lejana Catay. Su túnica roja y blanca, luce en su pecho

es objeto de mis más sinceros sentimientos, que deseo expresarle.-Mira a la dama que perm

a cuero curtido, le llenan las fosas nasales. Recuerdo que ya nunca olvidará. Su aya está detrás de ella, como la gallina que protege de aquello que amenaza. Ella la ha criado desde que su madre muriera, en aquel infausto día en que ella decidió venir al mundo. Su cuerpo fuerte y grande intimida a quien se atreve a acercarse a doña Isabel, y col

e instante, cuando el suave fru fru de la seda rozando la fría piedra, anuncia la llegada del más influyente de los canónigos de los dos reinos. Don Pedro González de Mendoza, entra en el salón, seguido de una pequeña corte de hidalgos y abades, que le sirven en su viaje a Cartagena, donde viene a observar, como se cump

nte y acostumbrado, da su permiso para que continúe el acto. Don Gabriel, toma la mano de doña Isab

la con vuestra presencia, y regaladme con vuestra palabra, el saber que soy de vuestro agrado. No des

ájaro que escapa a ojos de su predador, escurriéndos

e a mi padre honráis, y que la nobleza de Castilla y de Aragón se halla presente, agradezco vuestro deseo, y me complace saber de vuestr

en su interior, y no tarda en darse cuenta, de lo que trama su niña. Un escalofrío le recorre el cuerpo, y mira a los allí reunidos, a sabiendas de lo sencillo que resulta desatar una guer

mbre ostenta don Gabriel, para pedir socorro a su anfitrión, q

plazo que a bien tengáis, y se harán los preparativos necesarios para qu

aredes de piedra descubierta, para descender al patio, donde la luz del sol domina, y una fuente, que le pidió instalara a su padre, rodeada de setos verdes, y rosales multicolores, reina como señora del jardín. Se sienta de costado en

us tallas. El aya llega con paso seguro y firme, y con la mirada le interroga. ¿Pues no ha fingido sumisió

deseáis convertiros en esposa del marqués, y aun as

o tendrá el marqués la esposa que busca en mi, pues yo no deseo sino, ser de aquel

amino, que ha de ser como ella quiera. Así fue siempre, y fue su padre quien hubo de doblegarse en todo tiempo, al decidir de su señora hija, doñ

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