No debía especular de esa manera con respecto a Ofelia, lo que correspondía hacer era conversar con Ofelia sobre ese asunto. Quizás no era nada, y solo guardo cosas muy personales y sentimentales.
Comprendía que apenas se estaban conociendo y ya se estaban mudando juntos, y como todo aquello era nuevo para él, entendía que debía darle su espacio.
—Esto de las relaciones no es para nada fácil —Suelta el aliento.
Sin embargo, cabe destacar que lo suyo con Ofelia no era una relación real. Su matrimonio únicamente era un convenio para que ambos ganaran, por otro lado; esa parte inquietante que habitaba en el interior de Adriel, le decía que ese arreglo que hicieron no era del todo completo.
Y la razón era porque cada vez que la veía o la escuchaba se aceleraban sus sentidos. Ofelia no le era indiferente, esa mujer le interesaba y mucho.
[…]
—Señor Armando, se nos hizo imposible hablar con Ofelia. Los hombres del señor Cohen estuvieron al pendiente de sus movimientos.
—¿Qué dices?
—Vigilaron el apartamento de la joven todo el tiempo, hasta que ella se marchó con sus cosas.
—¿Se mudó? ¿A dónde?
—Le seguimos el rastro, y el chófer la llevo hasta la residencia de Adriel Montero. Allí descargaron la camioneta con las pertenencias de la joven.
Armando se puso en pie mientras no le quitaba los ojos de encima a su hombre, ese detalle no se lo esperaba, ¿en qué momento paso eso? ¿Por qué se mudó con ese tipo tan de repente?
—¿Hiciste lo que te pedí hace unos meses?
—Claro, señor Armando. ¡Eso está hecho!