Adriel queda a pocos centímetros de la pelinegra, quien lo miraba con expresión adormilada, pero a la vez demostraba otra cosa.
—No tienes por qué disculparte, no es necesario. Yo tampoco tengo porque decirte nada, nosotros…
—Ofelia —Adriel la interrumpe.
En ese momento, la pelinegra lo mira expectante, y de un momento a otro aquel hombre envuelve su cintura apretándola contra su pecho. El corazón de Ofelia latía con rapidez, sus piernas comenzaron a fallarle y con cada segundo, perdía fuerzas.
—Puedes decirme…—Adriel susurra contra sus labios —. Todo lo que tú quieras —Añade, luego besa la boca de la pelinegra con dulzura.
Era absurdo pensar que podía resistirse…
Ofelia le echa los brazos alrededor del cuello de Adriel, afianzando aquel beso tan apasionado, tan cargado de ternura, tan… es que ya no hallaba otra palabra que lo describiera, únicamente podía agregar que era perfecto.
Con los ojos cerrados, confiando plenamente en él, Ofelia siente como Adriel eleva de a poco su cuerpo del suelo. No supo cómo, ni en qué momento, pero de un instante a otro, ya estaban en el interior de la habitación.
No objeto, ni menciono una sola palabra, simplemente se decidió a disfrutar de ese momento que compartía con ese hombre. Quizás, después de que ambos se casaran no gozara de la compañía de Adriel, puesto que tenía órdenes de hacer cosas que arruinaría todo lo que tenía con él.
Ambos se tumbaron en la cama, como si lo hubieran hecho cientos de veces. El beso se mantenía fuerte, apasionado y sin ninguna probabilidad alguna de terminarse.