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La esposa despreciada del rey malvado

La esposa despreciada del rey malvado

5.0
8 Capítulo
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En el reino de Ravenshaw la vida de Arabella de Ravenshaw se tejió entre las sombras de la soledad y las alianzas forzadas. Nació en la opulencia de una familia noble, cuyo destino estaba entrelazado con el poder y la riqueza, siendo odiada y a envidiada por todos. Su boda con el rey Alaric de Darkhaven un hombre con mala fama, frío y cruel, fue una fusión de dos familias poderosas. Este matrimonio, forjado por un acuerdo entre ambos reinos para mantener el estatus social y consolidar la posición real, los convirtió en socios con iguales deberes y derechos. A ojos del país, eran una unión entre las familias más influyentes. Pero tras el resplandor de la sociedad, su existencia se asemejaba a la de dos desconocidos apenas tolerándose mutuamente. Él la odiaba, la veía como el problema que arruinó su vida. Pese a sus obligaciones, apenas cruzaban palabras. Vivían una farsa de matrimonio de cuatro meses, que parecía tratarse de largos años. Después de asegurarse en el trono, el rey Alaric ya no tenía uso para ella. La corte la miraba con desprecio, considerándola la infame reina de Darkhaven. Y como si fuera poco, él también ansiaba un divorcio. No obstante, en medio de la desesperación, un acontecimiento inesperado tuvo lugar; la reina quedó embarazada. Al extenderse aquel rumor, las miradas inquisitivas seguían a la reina. Su embarazo no solo desafiaba las percepciones arraigadas, sino que también sembraba la semilla de la duda sobre su relación con el rey.

Capítulo 1 1

Cuatro meses atrás…

Vestida con harapos que alguna vez fueron espléndidos atuendos reales y sus cabellos, antes regios y lustrosos, caían desaliñados en mechones desordenados. La niña ya no lo era y ahora, su cuerpo bien formado se notaba a través de la ropa mugre y ruñida por los ratones.

Arabella desfiló por el gran salón del rey de Ravenshaw mientras sus ojos se apagaban por la desilusión. Diez años desterrada por su padre no parecían ser suficientes para que ella perdiera por completo la esperanza de vivir. Aferrada a la idea de que su futuro podía cambiar, Arabella se tragó las humillaciones y las miradas de desdén.

El salón estaba repleto de cortesanos y altos funcionarios del gobierno del padre de ella, esperando con interés el futuro de la despreciable princesa de Ravenshaw.

—La princesa se presenta —habló un funcionario una vez ella estuvo frente a su padre.

El hombre la miró con desinterés y sonrió de lado. El hombre no soportaba verla, pues ella misma era el retrato de la reina madre fallecida, la esposa de Ravenshaw.

Los criados se movieron de un lado a otro y sin preverlo, le arrojaron agua fría, restregaron su piel sobre la ropa de vagabunda. Arabella respiró agitada. En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba vestida con un vestido limpio y digno de una princesa. Ella no entendía absolutamente nada.

—La princesa Arabella será enviada de inmediato al reino de Darkheaven —anunció el rey, poniéndola en contexto de lo que sucedía—. Será su nueva consorte.

Arabella abrió los ojos sorprendida. ¿Darkheaven? ¿Había escuchado bien? Era terrible. Allí su futuro sería aun peor que en el castillo con su padre. Alaric del reino Darkheaven había asesinado a su sobrino con tal de ascender al trono. Los rumores decían que era cruel y despiadado. Quiso protestar, pero su garganta estaba completamente cerrada. Todos esos años de encierro le habían hecho perder la capacidad del habla.

Arabella, envuelta en el silencio impuesto por una misteriosa aflicción que le robó las palabras, se encontraba en una situación extraordinaria. En su aislamiento, su mirada expresaba los secretos y anhelos que sus labios no podían pronunciar. Con el destino guiando sus pasos, fue decidido que sería enviada al distante reino de Darkhaven para un matrimonio arreglado con el enigmático rey Alaric.

Las puertas del castillo se cerraron tras ella, dejando atrás el hogar que, aunque silente, había sido testigo de sus días. En su viaje hacia Darkhaven, el aire estaba cargado de incertidumbre y la esperanza flotaba como una luz tenue en la oscuridad que la rodeaba. Se encontró sola en su travesía, acompañada solo por la compañía de escoltas que, al igual que ella, respetaban el silencio como una ley no escrita.

A medida que se adentraba en el reino desconocido, Arabella se encontró con paisajes que contrastaban con los de su tierra natal. Colinas verdes cedían paso a oscuros bosques y cielos nublados. En los poblados por los que pasaba, la gente la observaba con mezcla de curiosidad y respeto, reconociendo la historia que la precedía: la reina silenciosa destinada a casarse con el temido rey de Darkhaven.

Llegó al imponente castillo donde la esperaba su futuro esposo, el rey Alaric. Las murallas de piedra se alzaban como testigos de un destino que se revelaría en sus salones y pasillos. La primera vez que sus ojos encontraron los del rey, Arabella sintió una corriente de tensión en el aire. Alaric, con su mirada intensa, la examinaba como si intentara descifrar los secretos que su silencio guardaba.

La ceremonia nupcial se llevó a cabo en medio de una atmósfera cargada de solemnidad y expectación. Arabella, vestida con un vestido que reflejaba su linaje, avanzó hacia el altar con miedo. Las palabras del juramento matrimonial quedaron suspendidas en el aire, mientras sus ojos y los del rey Alaric se encontraban en un intercambio de miradas que le heló por completo la piel. Incapaz de dar sus votos, empezó a llorar como una niña, temiendo un peor castigo.

Desde ese momento, Arabella supo que su relación con el rey Alaric sería horrible.

Forzó su garganta, ella podía hablar, ¿por qué ahora no podía? Siguió llorando y de un momento a otro, de su garganta escaparon aquellas palabras:

—¡Lo siento!

[…]

Cuatro meses después, Arabella aun intentaba que aquel matrimonio funcionara. Sin embargo, el rey Alaric nunca le permitió acercársele… Solo aquella vez, en la que salió perjudicada por su locura momentánea o al menos así se lo explicaba a sí misma, pues el mismo rey le prohibía acercarse a sus dormitorios por las noches.

—¿Cómo puedes esperar que este matrimonio funcione? —la voz del rey Alaric resonó con un tono helado mientras sus ojos, más cortantes que cuchillas, se clavaban en Arabella—. Quiero divorciarme de ti, Arabella de Ravenshaw.

—No espero nada más que lo que es nuestro deber —respondió ella con calma, manteniendo la compostura a pesar de la mirada despectiva que la perforaba—. Un divorcio afectaría mi reputación, ¿acaso no lo sabes?

Las palabras, aunque pronunciadas con aparente serenidad, eran solo la superficie de un océano de tensiones no resueltas. Cada gesto, cada movimiento, era una batalla silenciosa en la guerra que se libraba entre sus almas. En las noches, cuando las sombras se alargaban y el castillo quedaba envuelto en el silencio, la tensión alcanzaba su punto álgido.

—Tu presencia es como un veneno en mi vida —murmuró el rey en una ocasión, y sus ojos lanzaron una mirada fulminante.

—Y tú eres el tormento que debo soportar —replicó Arabella, con un atisbo de resistencia en su voz. Era la primera vez que se atrevía a ofenderlo.

Empezaba a anochecer, las sombras se alargaban y el silencio envolvía el castillo en un manto oscuro, el rey Alaric, en apariencia imperturbable durante el día, caía presa de la locura en la soledad de sus aposentos.

El eco de risas frenéticas resonaba en las paredes del castillo, un sonido que se distorsionaba entre la risa y el lamento. Alaric, atormentado por los demonios de su propia mente, vagaba por los corredores en la penumbra, con los ojos inyectados en un frenesí que contrastaba drásticamente con su semblante níveo. Las velas titilaban mientras él, perdido en la vorágine de sus pensamientos, hablaba consigo mismo en susurros ininteligibles que se desvanecían en la noche.

Un secreto que el rey Alaric por más quisiera ocultarlo, llegaba a él cada noche, haciéndole perder los estribos y el control. Empezó a sudar frío. Debía alejarse de Arabella si no quería cometer alguna locura y luego arrepentirse. Cerro los ojos, incapaz de razonar y dividir los pensamientos de su cabeza de la realidad.

Cuando regresó la mirada a Arabella, perdió por completo la cordura. Sonrió de lado y la tomó a la fuerza de la cintura. Arabella abrió los ojos asustada y abrió la boca para tomar aire, pues la presión que él ejercía era poderosa.

—¡Su majestad! ¿Qué hace? —exclamó agitada.

Alaric tomó el rostro de Arabella, fijó la mirada en sus labios y se lanzó sobre ellos como un colibrí a una apetitosa flor.

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Recién lanzado: Capítulo 8 8   01-08 10:21
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