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La pantalla del televisor del restaurante emitía un brillo frío, reflejando la sonrisa de mi prima Isabella Vargas, flamante chef de televisión, presentando "mi" Mole de los Secretos Familiares. Mintió. Esa receta me la susurró la abuela, la perfeccioné yo, y ahora ella la vendía como suya, construyendo su imperio sobre las ruinas de nuestro restaurante familiar. La familia, los mismos que me dieron la espalda y me llamaron "envidiosa" , celebraba cada uno de sus "logros". Mi reputación se hizo pedazos, mis sueños de chef se convirtieron en la burla de todos. Fui la sombra, la cocinera de un local que ya no existía, cerrado por deudas y el escándalo de su acusación: "Sofía me roba mis ideas" . Mi padre no soportó la humillación del embargo y murió esa misma noche. Mi madre, rota de dolor, me culpó: "¡Arruinaste a esta familia!". Con el olor a gas llenando mi pequeño apartamento, cerré los ojos, cansada de luchar. Pero un rayo de sol golpeó mi cara y el aroma a café de olla me envolvió. Estaba en mi cama. El calendario marcaba: 24 de mayo. Un año atrás. El día antes de que Isabella apareciera en televisión y mi mundo se derrumbara. Estaba viva. Y tenía una segunda oportunidad.