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Mi vida era un puñetazo directo al éxito. Ricardo "El Halcón" Ramírez, el exboxeador legendario de los barrios, había dejado atrás el ring pero no los negocios, acumulando fortuna y una prometida: Sofía. Todo se vino abajo con una llamada anónima, un susurro nervioso del Flaco: "Alguien vendió su información, sus rutinas, sus casas de seguridad... a los cárteles rivales". El frío me recorrió la espalda, no por el aire, sino por la traición. Y luego, el golpe final: escuché su voz, la de Sofía, la mujer que amaba, riéndose con su hermanastro Mateo, admitiendo que ella misma me había vendido. ¿El precio? Doscientos pesos. Menos que una cena. Mi vida, mi honor, reducido a eso. ¿Cómo pudo? ¿La mujer por la que dejé a mi viejo entrenador, por la que fui ciego, sordo y estúpido de amor? ¿Ella me había vendido como a un perro? El dolor era insoportable, pero la rabia, ah, la rabia era un fuego purificador. Ahora era un fantasma, muerto para el mundo, pero con una misión clara: no sería un perro, sino un lobo. Y volvería a morder la mano que me desechó. Que el show apenas comenzara.