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El olor a trementina y óleo, una mezcla habitual para Sofía, hoy se sentía pesado, asfixiante en el estudio del Maestro Fernando, donde su talento con el pincel, forjado con dolor y disciplina, pasaba desapercibido. Pero aquella mañana, la burla de su maestro resonó como un trueno cuando este denegó su permiso para asistir a una exposición vital para su futuro, mientras condescendía a Carlos, un compañero mediocre, por una lesión falsa que le permitiría ir a un concierto de rock. La injusticia explotó en su interior, y cuando Sofía lo confrontó, la respuesta de Fernando fue brutal: delante de todos, la humilló, se mofó de su condición médica, la tildó de "dramática" y "mentirosa" , y la amenazó con arruinar su carrera. El dolor físico y la rabia la hicieron colapsar, pero, al buscar ayuda, se encontró atrapada, bajo las órdenes del maestro de retenerla, mientras su padre, "El Demoledor" , y su madre, "La Patrona" , clamaban por entender. Sola, humillada y herida, Sofía supo que esa impotencia no la definiría. Esas palabras venenosas no quedarían impunes. Este era el principio de su verdadera obra maestra: la venganza.