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El color de la inocencia

El color de la inocencia

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El amor es un romance de ensueños para Dellany Munichs, pero en el corazón del guardaespaldas destinado a salvar su vida, es un amuleto que sana y cura, una fuerza estremecedora que traza un destino de victorias. La dinastía de Los Munichs entra en contradicción de intereses con los magnates de los Hoteles de lujo Oasis, y Brian Duncan, el CEO más prometedor de todas las firmas, reconocido como El Rey Midas, intenta obtener el amor y la inocencia de la muchacha mientras somete a su familia hacia la bancarrota. Solo su firma de matrimonio puede salvar a los Munichs. La protagonista debe luchar con toda su tenacidad y sus emociones en una batalla desigual, donde el corazón se ve vulnerado en distintas hazañas que el guardaespaldas lleva a cabo para salvarla y protegerla, mientras el dinero corrompe muchas oportunidades de liberarse de su atadura familiar. Dellany Munichs debe convertir el amor por su guardaespaldas en una continua fuerza, dónde cada día se reta a sí misma en nuevas y sometedoras aventuras.

Capítulo 1 Destinos cruzados

La Mansión principal de los Munichs estaba rodeada de altos árboles.Se destacaban los cerezos y los frondosos sauces. Un gran terreno boscoso le otorgaba la discreción necesaria para que la familia permaneciera oculta de los paparazzi, y segura de la vista imprudente de sus enemigos. Dentro se dejaban ver lujos incalculables, con pinturas y vajillas exportadas desde varias ciudades europeas.La mansión había abierto sus puertas esperando la llegada de la hija menor.

Dell, como cariñosamente le decían sus amigos; para la familia, Dellany Munichs ,llevaba tres años alejada de su casa natal, pero ya contaba la edad justa para que comenzar a trabajar para el negocio de su padre, y sobretodo formalizar la alianza que se esperaba de ella.

Su padre había encontrado un candidato idóneo para casarla con el único hijo de un viejo amigo. Era el CEO más joven de la ciudad y a la vez tenía una mente prodigiosa para atraer los negocios más prometedores, y el único heredero. Todos anhelaban el reencuentro mientras disfrutaban de una noche de lujo. Su padre, Damián, había hecho llamar a muchos chef especializados en atractivos y reconocidos banquetes. Deseaban que la velada fuera algo inolvidable.

Dell había pasado toda su juventud estudiando en varias capitales europeas. Hablaba fluidamente el alemán y el inglés, y estaba aprendiendo el francés. Había aprendido de marketing, y de leyes. Estaba preparada para seguir con el legado de negocios, y para apoyar las firmas que su padre deseaba completar mientras las arcas de los Munichs crecían. Regresar le provocaba una eclosión de lágrimas. Su destino estaba en las manos de su padre, de su hermano mayor, de todos, excepto de ella misma. De nada le había valido pasar su juventud puliendo su intelecto, si al final iba a ser entregada como un trofeo, y a nadie le interesaban sus sentimientos. Intuía que su pareja iba a ser de la misma casta de todos los conocidos, hombres de negocios, frívolos, ambiciosos, desalmados; y eso la atormentaba, más que provocarle las alegrías nuevas de regresar.

En el salón principal se dejaba escuchar la melodía de una flauta. Una preciosa muchacha vestida con un delicado traje blanco bordado, tocaba con magistral encanto y hacía vibrar notas de embeleso. Las flores del jazmín y los inciensos que tanto agradaban a Dell impregnaban un aroma alentador en todo el recibidor. Un ambiente de agradable recepción envolvía a las familias de todos los invitados que con deleite esperaban por la hija de Damián Munichs, el hombre más poderoso, el dueño de tres cafeterías, dos hoteles de lujos, y un experto en otras grandes ganancias que no todos conocían. Pero la esperaban con marcada ansiedad la familia de los Duncan, con su hijo, destinado a ser el magnate preferido de la ciudad. Estaba decidió a conocerla y afianzar firmas con los Munichs una vez que estuvieran casados.

Geoffrey Duncan había tenido un unigénito y nunca más concibió hijos, a pesar de haberlo intentado. Brian era mucho más de lo que él construyó en el muchacho, se había convertido en hombre y fraguaba un carácter demasiado serio. Cuando se trataba de hacer algún contrato, era quien mejor escudriñaba todo lo legal, cuando deseaba incursionar en algo, lo convertía en éxito. Le llamaban El Rey Midas, porque cuando su nombre aparecía en una firma, las fortunas no se hacían esperar.

Era el CEO más anhelado por todas las jóvenes. Salía en las revistas, en las columnas de economía, y siempre como un modelo dispuesto a hacer su propia pasarela, porque su personalidad era imponente y seductora a la vez.

El también esperaba por Dell. La recordaba vagamente, con una marcada ansiedad que lo invitó a cuidar mucho su imagen aquella velada. No solo deseaba verse atractivo, su ilusión era parecer irresistible. Vestía un traje Armani impecable, con zapatillas acabadas de comprar, y su perfume era suave, tan sutil como era su mirada de ojos negros y chispeantes, pero con la fuerza que solo el aroma de un Givenchi puede dar. Nunca antes le importó que le presentaran a la clase alta, a las muchachas más seductoras, las más ricas. No le interesaba el amor cuando debía construir su propia dinastía, su propio legado, eso era más importante que todo lo demás, pero cuando le mencionaron a la pequeña de los Munichs se interesó. La había visto solo dos veces, pero era quien único había llamado alguna vez su atención, tenía algo que nadie mostraba, inocencia, una pureza irresistible para hombres como él. Y firmar con su padre y su hermano, le había parecido una muy buena idea.

La guardia contratada había hecho un cordón de seguridad en todo el perímetro. Eran hombres con entrenamiento en artes de lucha, y de gran complexión física. Damián había ordenado que vistieran de traje y pasaran desapercibidos entre los invitados, mientras una docena hacía guardia por turnos frente a toda la mansión. En su despacho, él esperaba a su pequeña, mantuvo el mentón firme, y la mirada clareaba su nueva ilusión. La hija encarnaba nuevas alegrías y con ella se cambiaría el destino que hacía décadas cubría su negocio. Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando las puertas de hierro de la entrada de la mansión fueron violentadas y dejaron entrar el calor embravecido de cuatro autos marca Audi, irrumpiendo con total velocidad hacia la escalinata.

Un gran número de atacantes salió de los autos y comenzaron a apuntar hacia el interior de la mansión. Todos se protegían con las puertas abiertas y desde una posición difícil para ser rebatidos, hicieron mella en la entrada de la casa principal, y convirtieron en un caos, toda la velada.

Damián supo entonces que habían invadido su espacio privado. Nunca antes en toda su vida sus enemigos habían hecho algo así, perola temible coincidencia le pedía que fuera en su noche más importante, el día que regresaba su hija y compartiría la dicha de establecer lazos más firmes con la familia destinada a comprometerla. Salió de su despacho disparado como una flecha lanzada. En ese segundo se quedó atónito mirando la muchedumbre. Sus soldados sacaron las armas de combate. Su hijo ocupó el frente y organizó la ofensiva, pero el corazón le dio un vuelco cuando escuchó el chirriar de las gomas de un carro.

Supo que su hija llegaba y el momento no podría ser peor. A una señal suya Harold salió con sus amigos, con los invitados y la guardia contratada que aún enfrentaban la turba. Damián miraba hacia todos lados, con indecisión y desamparo en la mirada.

La parte principal de la mansión fue tomada por sorpresa. Un antiguo enemigo ansiaba hacerle vivir la humillación de ser invadido cuando pretendía que su vida era pacífica. Habían dado suficiente dinero a una docena de atacantes, lo suficiente como hacer brotar la valentía de entrar a su propio hogar, donde también disfrutaban de la noche de fiesta, los hombres más influyentes y los más peligrosos también. Era un intento de sembrar pánico y colocar a la distinguida familia en estado de incertidumbre y miedo. Un despertar de armas de fuego convirtió la entrada de la casa en un fuerte contronazo. El auto dónde llegaba Dellany irrumpió en el preciso instante que los asesinos a sueldo abrían las puertas y desafiaron a sus contrincantes, dispuestos a cegar vidas sin piedad.

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