De la llamada que él acababa de recibir de su jefe, para darle más órdenes, o del regaño que se llevó por estarse demorando tanto en conseguir las fotos que le habían encargado que tomara.
La pareja no se dio cuenta de que alguien los estaba fotografiando, así de entregados a su placer se encontraban los jóvenes que muy pronto serían víctimas de las maquinaciones de un ser despiadado y sin escrúpulos que iba tras de Robert para dañarlo y quedarse con lo que él había construido, su compañía.
Mejor para él, pues tenía un plazo muy corto para cumplir con su misión. Así que de esa manera, y con todas las condiciones a su favor, el fotógrafo continuó con la sesión de fotos no planificada ni autorizada. Mientras él conseguía la mejor toma, los dos incautos estaban en el yate enredados en su pequeña burbuja de placer.
Robert se estiró como un gato y abrió los ojos, vio la cara de la chica ruborizada, sus labios rojos e hinchados, su cuerpo completamente relajado. Intentaba recuperar el aliento y quitarse de encima el sopor. Se preguntó si ¿ese sería siempre el aspecto que tendría la modelo después de tan agitada actividad?
Quería volver a estar en su interior, y eso que acababa de hacerlo. Esta chica le despertaba los instintos más básicos. Lástima que solo fuera eso. A la chica le faltaba seso.
Mientras pensaba en esto último, tuvo la impresión de ver a la distancia el reflejo de un flash, en realidad habían sido algo más que un par de destellos, entrecerró los ojos para ver mejor, pero la tarde ya había caído, y él no estaba claro de lo que había visto en el horizonte, así que lo dejó pasar.
A lo lejos, en el agua había otros yates y lanchas, seguramente había otras parejas teniendo también su propia pequeña fiesta privada. Y el reflejo de algún objeto fue lo que vio, tal vez alguna botella de licor que reflectaba los últimos rallos del sol de la tarde.
Quién sería tan asqueroso como para tomarle fotos a una pareja teniendo sexo. Lo mejor sería levantarse de allí y descansar más cómodamente en el interior de ese magnífico catamarán.
Así que Robert se obligó a retirarse y a dejar a Cynthia ahí tumbada. Ella lo miró con los ojos agrandados, no se había dado cuenta de lo que él había percibido, se preguntó por qué Robert había tenido ese cambio de actitud, lo miró y le inquirió sin palabras si continuarían esto más tarde. Pero el hombre no le prestó más atención.
Cuando Robert se apartó de la muchacha que seguía ahí recostada, pudo confirmar sus sospechas. A una mediana distancia se encontraba un bote y el hombre en su interior debía ser un paparazzi porque tenía una cámara en la mano y los estaba fotografiando. Pensó en gritarle, pero ya era demasiado tarde para eso. El daño seguramente ya estaba hecho.
Reprimiendo una maldición, se dio la vuelta, se quitó el condón y lo lanzó de un tirón a cualquier lugar fuera de su vista, cuando el viento sopló, este rodó por la superficie del barco hasta caer, por la borda, al mar. Estaba enojado, sabía que siempre debía ser cuidadoso, qué descuidado y qué tonto, no lo había sido.
Estas imágenes pronto aparecerían en los medios, sería todo un escándalo para su reputación y para su compañía, podría perjudicarlo en sus futuros negocios. Le preocupaba que la mala publicidad dañara su imagen y que sus clientes salieran corriendo directo a la competencia.
Esto incluso podría costarle su puesto como el CEO de su empresa. La junta directiva se disgustaría si se desataba un escándalo más. Qué estúpido e irresponsable que había sido.
Recogió los pantalones del suelo del barco y se los puso. Miró a Cynthia de nuevo. Le temblaba el labio inferior. Su expresión había cambiado, y pasó de colmada y satisfecha a prevenida, en solo unos instantes. Él le comentó lo que había visto. A ella toda esta situación también podía afectarla mucho en su naciente carrera.
Esto bien podría dañar su imagen y su carrera insipiente. Ella se había involucrado con este hombre famoso, multimillonario, y carismático. Pensó que una relación con él le abriría muchas puertas. Ojalá y no fuera todo lo contrario, porque estaba trabajando muy duro para sobresalir en esa carrera tan competitiva que ella había escogido.
Una parte de Robert quiso abrazarla y tranquilizarla, pero la otra parte de él estaba asustada por las consecuencias que este desliz pudiera traerle. Ella se levantó de la silla, se dio prisa con su escasa ropa y salió corriendo de la cubierta lo más rápido que pudo.
Unas semanas después, cuando los días libres de Robert hubieron terminado y tanto el cómo su acompáñate ya se encontraban de vuelta en casa, el escándalo sí que había salido a la luz pública y Rob no había podido hacer nada para detenerlo.
En todos los medios públicos impresos y también en la televisión, así como en el internet, se podía leer lo que había ocurrido en la playa durante sus últimas vacaciones, a bordo de su fabuloso yate.
Y además, estaban publicadas en todos lados las infames y desacreditables fotos que les habían tomado a ellos, y en las que aparecían prácticamente como Dios los había traído al mundo.
¡Vacaciones de escándalo! Los famosos y poderosos han aprovechado la temporada para salir al sol. Han disfrutado de las playas al máximo, bronceando sus cuerpos, mientas nos enseñan sus espectaculares figuras, y algo más.
Así rezaba la portada de la famosa revista amarillista dedicada a los escándalos y a la farándula: "destruimos tu vida en un segundo", solo tenemos que descubrir tus oscuros y más sucios secretos y exponerlos al mundo.
Porque nuestro principal objetivo es: hacer dinero a costa de los incautos, que se les olvida que su vida dejó de ser privada y que se vuelven víctimas de los fotógrafos oportunistas.
Eso exactamente era lo que pensaba Robert de esa gente que estaba arruinando su vida. Por supuesto, no es que la ridícula revista se llamara así, pero es que así debería de llamarse, "la arruina vidas".
Compraban las fotografías que individuos sin escrúpulos tomaban mientras las personas decentes tomaban sol en las cubiertas de sus yates y hacían otras actividades más privadas, como tener sexo, cuando estaban de vacaciones. Debería demandarlos, pero Robert no quería más escándalos.
Ya tenía suficiente con las burlas de sus socios de la empresa, y las de sus amigos, y también las de todas las personas del medio en el que se desenvolvía. Estaba harto de aquello.