Expulsó un leve suspiro pesaroso y bajó dubitativa su cordojosa mirada.
Los zafiros ojos de Irene se desviaron del marco para admirar a su adorada nieta, quien, afable, dormía en la pequeña cama desgastada, colocada cuidadosamente en el centro de la habitación de diminuta escala.
Una punzada de dolor surgió en su corazón, parecía un golpe frío y seco, que amalgamó todas las pusilanimidades de la mujer en un mismo miedo latente.
Temía dejar sola a su nieta, aunque una parte de ella la mantenía consciente del ciclo inexorable de la vida en aquel planeta extraño, lleno de penuria. Sabía que esa etapa le serviría a la niña para madurar a su temprana edad, pero eran solo doce años de existencia, los cuales serían marcados por el funesto final de Irene, y se convertirían en un doloroso recuerdo para la infanta.
Una lágrima brotó de su globo ocular, un surco brillante se formó por toda su mejilla izquierda. No encontraba el modo de hacer entender a la chiquilla, que, sin conocer el pasado que la rodeaba, estaba sujeta a un futuro lleno de ineluctables fuerzas feroces. Encadenada a la imprecación de su propio linaje maldito, condenada a perecer en el martirio.
Fue en ese instante que olvidó el llanto latente, en cuanto observó a la criatura desesperada, llena de angustia perceptible en todos los alaridos que expulsaba. La niña comenzó a moverse, era como si estuviese escapando de algo -o de alguien- que aterraba su ser.
Aquellos gritos resonaban en los tímpanos de la veterana, como una incrustación de dagas filosas enterrarse en su cuerpo, debilitando aquella estabilidad ya inexistente en Irene.
Entonces, cuando la mayor dejó de lado el estremecimiento de su esencia, se percató que la niña gritó a todo pulmón con un rostro pálido por el terror de los evocados recuerdos fantasmas de su mente, inconsciente por la terrible fuerza del propio destino que la rodeaba. Abrió de par en par sus ojos negros, y el aura de las dos se inundó de terror puro.
La pequeña encontró a su abuela, quien la observaba con tristeza, la cual manejó una compostura relajada. Sin perder el tiempo, la mayor se alejó del marco oscuro para encaminarse con su nieta.
Ya estando juntas, acarició el rostro de la niña y esta lloró con aflicción. Irene liberó algunas exhalaciones soterradas por el ostensible miedo misterioso que las acechaba.
-¿Otra vez ese sueño? -preguntó la abuela.
-Eh... sí -dijo nerviosa.
Irene lo tomó como un aliciente para relajar a la pequeña.
-¿Qué te parece si te narro un cuento? -inquirió con dulzura.
-Abuela, soy mayor. Tengo Doce.
-Te va a gustar la historia. -Sonrió afable-. Cuando tenía tu edad, disfrutaba de la misma con gozo -mintió. La mujer conocía toda verdad detrás de aquel cuento.
-Bueno -admitió. No podía negarle nada-, pero que no sea tan largo, porque mañana iré a la escuela.
La mayor asintió.
-Antes de la creación de la humanidad, existieron diferentes criaturas por toda la extensión del cosmos, entre las que destacaban los ángeles: el bendito resultado de una transformación, intercedida por Dios, de las estrellas más hermosas del universo. -Suspiró con nostalgia-. Estos entes celestiales, tenían una divina emperatriz, nombrada Mabel, descendiente de un linaje poderoso y determinado. Gobernante sabía de su santo imperio, la cual, mostraba el aclamado brío de su ser. -Llegado a ese punto, la abuela se percató que su nieta la observaba con mucha atención, esto la hizo continuar-. Ella peleó por lo que era justo, aunque, desafortunadamente, el mismo destino la rodeó de maldiciones. -Miró al techo con suplicio-. Mi niña, Mabel siempre fue audaz y jamás permitió el triunfo de la oscuridad sobre su vida. Destacó por tener una impetuosa fuerza, que la levantó de toda clase de dolor. -Bajó su mirada brillosa-. Pero un fatal día, desapareció.
-¿Por qué me dices esta historia? -interrogó la niña.
La pequeña cayó en cuenta del llanto incesante de Irene.
Con delicadeza, Irene acomodó un mechón rebelde en el cabello oscuro de su nieta. Se veía tan indócil, como el espíritu de la niña frente a la mujer, algo que la dulce pequeña heredó de toda una estirpe poderosa y vehemente.
Acarició su rostro suave. Con lentitud, tomó la mandíbula de aquella niña.
Levantó la blanca faz de la infanta, para que, de esa manera, ambas pudieran entrelazar sus miradas, conectar sus sentimientos y manifestar el amor que solo ellas dos conocían, algo tan sempiterno como la eternidad del universo.
-Prométeme que serás como Mabel -susurró. Irene no sentía la suficiente seguridad para relatar la verdad a su nieta, y tal vez se llevaría el secreto hasta la tumba.
Hubo un silencio insondable, que mantuvo estáticas a las dos por unos pocos instantes.
-Lo... prometo abuela -contestó la niña, sin entender el mensaje encriptado.
-Así intenten derrumbar tu felicidad, nunca lo permitas, lucha con vehemencia hasta que sientas que no puedes seguir esforzándote y si esto sucede, descansa, e inmediatamente, ponte de pie con más ímpetu por tu verdad -agregó la veterana-. Eres especial, eso nunca lo olvides, tú eres el ser más preciado del universo, jamás pienses lo contrario.
La niña suspiró. Abrazó con fuerza a la divina mujer, y sintió el calor de la mayor. Una parte del interior de la pequeña, entonó con tristeza, que aquel abrazo lleno de amor, sería el último de sus fugaces recuerdos con Irene, por lo que rogó que ese instante fuese eterno, para mantenerla a lado de ella por una eternidad entera. Escondió sus pequeñas lágrimas y así miró una vez más a su abuela.
-Te prometo que siempre seré fuerte -dijo con fogosidad-, aunque, por ahora, me siento cansada abuela. -Limpió los pequeños rastros de las lágrimas en sus orbes negras-. Me gustaría descansar.
-Duerme mi amor, tendrás un largo día mañana -susurró con dulzura la mujer.
-Buenas noches, te amo.
-Te amo.
Irene comprendió la verdad palpable de aquellas palabras, no había nada más sincero en su eternidad, que el dulce sentimiento maternal, el cual floreció por su nieta desde el día que nació la pequeña.
En cuanto la niña quedó profundamente dormida, la mujer volvió a la ventana y así observó el exterior, lleno de la flora oscurecida por la noche.
Cerró la ventana cuando sintió un gélido frío, el cual heló su cuerpo. Entonces, a lo lejos, se percató de una sonrisa tenebrosa, escondida en la inconmensurable oscuridad y supo, que esa misma sonrisa, llena de mal augurio, indicaba el final de sus días en ese plano terrenal.
Era un gesto clave, el cual, indicaba la terrible muerte de Irene.
Se alejó de aquella vista inmediatamente y lloró con más fuerza. Deseaba encontrar la forma adecuada para esconder a su pequeña nieta de las garras de aquel ser detestable.
Nada importó desde su llegada a la Tierra, así ella hubiese luchado para esconder el secreto, la verdad saldría a la luz y su nieta sería la primera en saberla, cosa que tal vez nunca perdonaría.
Siempre volvería al mismo punto de partida e Irene no podría hacer nada para revertir los errores que cometió.
Emitió lamentos de zozobra, apenas controlaba sus emociones. Todo estaba perdido.
Miró una vez más al techo desgastado, e imaginó en este, al que alguna vez fue el salvador del universo, proclamado como supremo emperador de todo y el cual, inició la misma dentera entre los ángeles y demonios.
-Ilumina a mi nieta del mal -exclamó con desamparo.
El suplicar no le serviría de nada, pero tal vez podría resurgir una pequeña esperanza.
Tras esto, la mujer decidió ir a su cama para recostarse en ella y así poder entrar en un profundo sueño tranquilizador, como una forma de liberación de la funesta vida de ambas féminas. Rezó incontables veces por la niña, tal vez como acto inconsciente para liberarla de la maldición, a la cual estaba condenada, por el resto de la eternidad.