cado, el sudor frío y el eco de
buscando su cuerpo frío, pero s
ero aquí estaba, viva, en mi cama. Todo igual... hasta que apareció Mateo, mi hermanito de diez años, sonriendo, sin una herida
opero, el lugar donde debería haber estado
enzó... ¡pero la maldita medalla no
mpezar, pero la imagen de Mateo herido me puso de pi
racia, la indiferencia y el desprecio, y ser humillad
nto. Me acusaron de ser una mentirosa y una ladrona, y cuando el padre de su prometida abofeteó a Ma
n que ningún niño debería sufrir, comprendí que la justicia no vivía en ese edificio de m
toridad absoluta resonó. Una Humvee militar frenó bruscamen
ritó al Comandante: "¡Miente! ¡Él dejó que me pegar