os miraban el collar en el suelo, luego a Jimena, sus
pecho. "¡Lo sabía!", chilló, su voz goteando triunfo. "¡Un
shock. Pero Jimena pudo ver el brillo de la victoria en ellos. Ella habí
epción en su voz fue el golpe más
susurro. Sentía que se estaba ahogando. "E
quí mismo! ¡Llama a la policía, Cornelio! ¡Quiero qu
acuerdo recorri
Miró a Jimena con lástima. "Tía Eugenia, tal vez no deberíamos involucrar a la policía. Sería un
Jimena. En una familia como los Valdés, eso significaba algo mucho peor que
e incriminó!". Miró desesperadamente a Cornelio. "Cornelio, po
ia Valdés tiene reglas, Jimena. Reglas que son más antiguas que nosotros dos. Un ladró
bre una sirvienta deshonesta en el siglo XIX. Una historia sobre un camino de carbones ardiente
uedes hablar en
ír. "Habla muy en serio. Ahora sé una buena chica y acepta tu casti
enó Eugenia, su
raron hacia las puertas francesas que daban al jardí
pies. El frío suelo de mármol fue
esto!", gritó, su voz quebrándo
Ni piedad. Solo una finalidad fría y cansada. "Tú
gar de tranquilidad, ahora parecía siniestro. En el centro había una zanja poc
re
o de fuego. El calor la env
, ordenó
de pie allí, un observador silencioso y poderoso, su rostro una máscara de ind
murió una muerte final y
ás. Tropezó hacia adelante, su pie descalzo
ra y al rojo vivo que le recorrió toda la pierna. Un grito se desgarró de su garga
so. Otr
a neblina de dolor, vio a Kenia, de pie junto a Cornelio, una sonrisa de deleite en su ro
nte, se derrumbó al otro lado, sus pies un desastre ensangrentado y e
lón de baile y la arrojaron al
"Haré que el médico de la familia venga a ver eso", dij
ndo su brazo. "¡Basta de estas cosas
mbiando a ella al instante. Sonrió, una sonrisa cálida
satisfecha, y se movió hacia el pastel. El cuar
ración. Escuchó las risas. Escuchó los aplausos. Vio a Cornelio entregarle a Kenia el cuchill
Jimena Valdés hizo un nuevo voto. La habían quemado