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l poderoso CEO, Bruno, era mi ancla. Nuestro amor parecía invencible, un
en apuros que, según él, le salv
lla pudiera convertir mi dolor en una canción exitosa, convirtiéndome en el hazmerreír n
itaba un helicóptero de emergencia, él lo desvió. Envió su úni
re mur
ado, pero solo había iniciado una guerra. No sabía que los papeles de separación que ya había fir
ítu
bolo de éxito deslumbrante y una vida que parecía sacada de un cuento de hadas. Yo era la estrella aclamada por la cr
ovaciones de pie, los interminables ramos d
Polanco, un hombre cuyo nombre imponía respeto y temor a partes iguales. Durante cinco años, fue mi c
cababa de terminar mi primera función como Elphaba, con la cara todavía verde, el corazón latiend
lo. Dentro, sobre seda blanca, había un colgante de diamantes antiguo, una reliquia
noche de estreno, su presencia era una promesa silenciosa de apoyo incondicional. Enviaba flores cada seman
ñado desde niña, fue su fe la que me impulsó. "Naciste para esto, Gema", me dijo, sosteniendo
en ese tipo de amor que desafiaba los reflectores y las implacables exigencias de nuestras carreras. Estábamos desti
. Creía que éramos invencibles, que nada podría
. Su nombre era Aimée Valles, una música independiente en apuros. Llegó a nuestras vidas como un susurro,
mión se desvió hacia su carril y perdió el control. Aimée, una extraña, lo sacó
feo y consumidor. Empezó a llamarla su "ángel guardián", su "salvad
te favorito en la azotea, un lugar con vistas al horizonte de la ciudad que siempre nos hacía sentir como si estuviér
el centro, Gema", dijo, su voz plana, desprovista de la calidez habitual que reserva
r la decepción, la humillación, pero sabía a cenizas. Me quedé de pie en n
exquisito que había codiciado durante años. Bruno me la había prometido para mi próxi
ue me la presentaran, sino apoyada descuidadamente contra el amplificador ba
con ojos grandes e inocentes. "Bruno dijo que era un r
ganta. No podía hablar, no podía respirar. Fue un puñetazo en el estómago, un ro
dido, un error de juicio. Pero las grietas se
arrón Ming en nuestra entrada. Los fragmentos se esparcieron por e
lmente tenía mal genio cuando se trataba de daños, pasó co
ena?", preguntó, su voz teñida de preocupación, sus ojos buscándola en busca
semanas, se encendió. "¡Bruno, ese era el jar
o, despectivo, como si estuviera siendo infant
za a los pies. Me quedé allí, entre los fragmentos brilla
, en cambio, eres fuerte. Lo aguantas todo". Usó mi resiliencia en mi contra, un arma que sabía que heriría profu
más íntimos, mis miedos más profundos, mis emociones más crudas. Era mi santuario, mi guardián de secretos. Vertí mi corazón en sus
guiente, había
un pavor frío se enroscaba en mi estómago. N
cándalo. Ya no era un
o y dolorosamente familiar. La letra era mi letra, mi dolor, mis palabras, robadas directamente de mi dia
ócrita, un fraude. "¿La chica de oro de Madero, o un desastre con el corazón roto?", gritaban los titula
a confirmaba mis peores temores. Bruno le h
mía. El mundo me juzgaba, se burlaba de mí, me destrozaba, todo porque
der que se alzaba sobre la Ciudad de México. Su asistente,
Mi voz era apenas un susurro,
estello de algo ilegible en sus ojos.
no. Mis palabras privadas, íntimas. En cada estación de radio, en c
cesitaba inspiración. Es una artista en apuros. Y tú,
ara forma de cáncer, dependiendo de un tratamiento experimental financia
ligroso. "El tratamiento de tu madre. Es caro. Especializado.
usando a mi madre moribunda como una correa. El aire
elegiste esta vida conmigo. Elegiste ser parte de m
atrapada. Atrapada por el amor, por la traición y ahora, por una man
adre había sufrido una complicación crítica. Su condición se estaba deteriorando rápidamente. Necesitaban un
ancos, mi mundo inclinándose. Grité po
en su teléfono, una llamada frenética entraba. "¿Aimée
o, mi madre! ¡Necesita el he
amada, su voz urgente, anulando cualquier súplica que yo pudiera hacer. El helicóptero, el especia
mante, dejándome sola en el pasillo silenc
ombre que amaba eligió salvar u
cedor. El último aliento de mi madre, tomado sin mí, selló mi destino. El hombr
café vacía, cuando mi teléfono vibró. Era un correo electrónico, una vieja oferta que había descartado años atrás. Elías Keller, el famoso director de cine, m
ptar". Era un salvavidas, una oportunidad de desaparecer, de r
e perder. Mi antigua vida había sido
ra empacar una sola maleta, organizar la cremación de mi madre y cortar hasta el úl
o, la estrella rota del teatro, estaba a punto de convertirme

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