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rtos, mi esposo acaparaba las portadas de todos
ar, se llevó a su amante, una actriz de moda, a un resort de lujo en L
asegurando que mi esposo deseaba que yo hubiera muerto en el parto. Luego, me restregó
e metía a escondidas en el cuarto de nuestro bebé para pelli
ó de mí e incluso intentó quitarm
rdiéndolo todo. Era huérfana, una esposa traicionada, y esta
lejandro Vargas era la persona más p
ítu
do palabras como "complicaciones" y "milagro". Aferrarme a la vida se sintió como una guerra que apenas gané. Pero la verdadera batalla, la que de verda
si moría trayendo a su hijo al mundo, Alejandro, mi poderoso esposo y CEO de una tecnológica, era noticia por s
scuridad de la depresión. Mi único hermano, un trágico recuerdo. Era huérfana, ahora una esposa traicionada, y apenas una madre. Murmuraban s
su vulnerabilidad cuidadosamente calculada y sus ojos grandes e inocentes. Se la llevó a un exclusivo resort de lujo en Los Cabos, una fortaleza construida para proteger a su am
extraña mezcla de agotamiento e irritación. No había remordimiento en sus ojos, ni un profun
esprovista de la calidez que algu
rne viva, pero mi voz,
andro? ¿Tu... "ac
o de algo en sus ojos; no
complicado. -Siempre d
un raspido doloroso. -Se veía bastan
áscara de CEO enc
o era acusador, como si mi búsqueda d
sita de noche. Toqué la pantalla y la giré hacia él. Mostraba una foto filtrada, clara e innegable: Alejandro, con el brazo alrededor de Cristy, su
la ma
ada. Una
la noticia? -repliqué, mi voz ganando fuerza. -¿Una trampa en la que has pasado má
ego suspiró, pasándose una m
stasia. Problemas económicos. Ne
fracturado, s
dome huérfana. Mi madre sucumbió a la depresión, y mi único hermano... se fue en un accidente. Yo he enfrentado la ve
bía visto, no de verdad. No a la chica que luchó a través de un dolor inimaginable. No a la mujer que lo eligió a
ome en esa habitación estéril, con el llanto de nuestro hijo recién nacido haciendo eco del vacío
errándome, tratando de sanar. Pero la paz no duraría. No mientras Cristy Romero siguiera respirando el mismo aire. Recordé las palabras de Alejandro, años atrás, cuando e
. Cristy Romero, descarada y audaz, los burló a todos, apareciendo en mi sala como un espejismo veneno
brías captado la indirecta. -Miró alrededor de mi casa meticulosamente cuidada, como si
ba que podía robarme la vida. Mis ojos, firmes a pesar de la
si peligrosamente tranquila. -¿Crees que puede
onido frágil
e nunca lo entendiste de verdad. -Se inclinó, su voz bajando a un susurro conspirador, reb
la ma
asa que heredé, la casa que construí? -Me burlé. -Eres una tonta, Cristy, si
cerca, su mirada
quiere intentar formar una familia con alguien que realmente lo ame. -Su
apenas tenía una semana. La imagen de ella, sosteniendo a mi
enosa. -Lárgate de mi casa antes d
uficiencia,
portará. Me dijo... me dijo que deseaba que
ganta. Esta mujer, esta niñata, se atrevía a amenazar a mi hijo, a burlarse de mi dolor, a sugerir que Alejandro deseaba mi mue
Mi equipo de seguridad, ahora alerta, se movió rápidamente. -Asegúrense de que nunca vuelva a p
desvaneció, reemplazada por una mir
! ¡Alejandro nun
mbres leales avanzaron, sus rost
-susurré, mi voz goteando un desprecio helado. -Acabas de cometer el
hogado y desesperado. El silencio que siguió fue ensordec
aron lentamente en puños. El juego habí

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