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de meses de súplicas, le di una segunda oportunidad al amo
coche cómo conducía directamente al departamento de ella. Los sonidos de su pasión retu
taqué a Carla. Camilo me empujó para protegerla y mi cabeza se estrelló contra la pared, abrién
¡Está embarazada del hijo de otro hombre y te
iéndome caer al suelo, y corrió al lado de Carla después de que
dejar a Carla», dijo. «Seguirás siendo mi esposa.
Carla desapareció, me acusó de haberle hecho daño. Me sacó a rastras de mi cama de hospital, me puso un cuchillo en el
ítu
vista d
los labios de mi esposo encontraban los míos con una ternura que se sentía como una mentira. Su a
ó Camilo contra mi cuello
sma que prometió un para siempre bajo un cielo lleno de estrellas. Ahor
minó en mis labios. Su tacto era tan cuidadoso, tan lleno de devoción. Debería
ó de nada. La imagen todavía
az que pretendíamos tener. Un eco de una noche, no hac
da. Había entrado en su estudio, un lugar que consideraba sa
n santuario. Era el esc
osa y brillante becaria, a quien yo había pensado que so
alpicados de pintura. El aire estaba cargado con el olor a
en su cabello rubio artificialmente brillante. Su mandíbula estaba tensa, sus
un marcado contraste con su falda oscura que estaba subida lo suficiente como para insinua
nte tan reservado, estaba suelto, abandonado.
ente entreabierta, un testimonio descuidado de
n un brillo calculador bajo una capa de vulnerabilidad. Se aferraba
n hambre cruda y primitiva. Se movía contra ella, un gruñido bajo retumban
recortado que todavía me arañ
ta: «Mía. Er
mposiblemente más cerca. Fue una declaración posesiva, una afi
parecían obtener de lo prohibido. To
a notaron el umbral donde yo estaba parada. Yo era solo una sombra, una presencia
ió, fue un jadeo a
rror cuando finalmente me vio. Carla, sobresaltada, retrocedió tambaleándo
ostro, sonrojado por la lujuria momentos antes, ahora se transformaba en
El esposo amoroso y el extraño infiel, superpuesto
lacable. Mi estómago se revolvió, la bilis
ira sorprendiéndome incluso a mí misma.
lomándome sobre el inodoro, vaciando el contenido de mi estómago, como
teñida de un miedo que sonaba casi
ombro, un débil in
emara. «No», logré decir con voz ahogada, un so
n destello de fastidio. Casi se erizó, pero luego, visiblemente se contu
neo del vaso contra la cerámica el único sonido en el silenci
después de que yo, inexplicablemente, aceptara darle una segunda oportunidad.
implemente flotábamos, dos estrellas
o miré en el espejo. Sus ojos, usualmente tan expresivos, tenían un cansancio, un
iosa. Arañaba mi garganta, exigiendo ser libe
egó a mis ojos. «Entonces, Camilo», dije, mi voz plana,
cuidadoso control que había mantenido se hizo añicos. Sus ojos, usualmente
luego se estrelló contra el suelo, esparciendo fragmentos de vidrio por el tapete
o y pura furia. «¿Feliz?», escupió, la palabra goteando veneno. «¿Feli
l pequeño espacio frente a mí como un animal enjaulado. «¡Me acos
ando a una súplica desesperada. «¿No crees que me arrepiento? ¿No crees que desear
e, una herida abierta. ¿Pero
res la que no nos deja seguir adelante! ¡Solo dime qué quieres que haga para arreglar est
ulpa. Pero yo sabía la verdad. Siempre la supe. La amarga verdad era que no era miserable por lo que hizo
, pero cortó el aire como un cuchillo. «¿Todavía la estás viendo?». Mi
e desviaron rápidamente, una señal revelado
tinamente débil, pero vi el miedo en sus o
romesa? ¿Has vuelto con ella?». Mi corazón latía con fu
a lámpara rota. El silencio se alargó, pesado y
esonó en la habitación, cruda de dolor y furia, exigiendo saber si l

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