vista d
precisa, casi clínica. Cada trazo fue una ruptura, cortando lazos, cercenando los últimos hilos de un ma
na. Las calles estaban concurridas, la gente corriendo a sus trabajos, a sus vidas. Me p
Su expresión era grave pero profesional. «El acuerdo posnupcial es blindado,
íodo de reflexión obligatorio de treinta d
moción. «Lo estoy», dije, mi voz firme, sin tr
sofocante dolor en mi pecho. Al salir a la bulliciosa banqueta, mi teléfono vibró en
ido y decidido. Corté la llamada. Volvió a llamar.
uesa brillando detrás de nosotros. Mi sonrisa en esa foto era amplia, genuina, llena de una alegría que ahora se sentía ajena. Sus
te. Mi propio reflejo en la foto parecía burlarse de mí. Esa mujer feliz, tan llena
blanco, desprovisto de rostros, de emociones, de él. Fue como arrancarme una parte de mí misma
. Y otra vez. C
o, como si mi alma ya hubiera comenzado a desprenderse
sus ojos buscándome. Cuando me vio parada allí, un fantasma en mi propia sala de estar, una palpable ola
ezcla de miedo e irritación. «¿Por qué no contesta
«¿Muerto de preocupación? ¿O preo
e conocía demasiado bien. «No seas ridícula, Andrea. Sabes que me importas». Su tono era agudo, teñido de
ngelaron. Lo miré fijamente, mi mente dand
do peso, mi cuerpo era una cáscara vacía. Le gritaba, lo golpeaba, cualquier cosa para hacerle sentir una
no, el viento frío azotando mi cabello, desgarrando mi resolución. Había querido saltar, terminar con el dolor sofocante, simplemente d
rtó mi rabia silenciosa. Juró nunca dejarme, ser el hombre que merecía. Soportó el desprecio de mi ma
a esa esperanza desesperada. Le
mi sufrimiento como un arma contra él. La revelación me golpeó con la fuerz

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