vista d
y la presencia constante e inquietante de Camilo. Revoloteaba, un esposo preocupado, t
sentía como una actuación, un deber. Un conocimiento frío y duro se había instalado en
frío, las sábanas intactas. Se había ido. Un escalofrío familiar s
o innegablemente allí. Mi corazón martilleaba contra mis
dolía, pero un nuevo tipo de fuerza, fría y aguda, corría por mis venas. Caminé lentament
y frente a él, Carla. Llevaba un vestido blanco endeble, aferrado a su esbelta figura, haciéndola parece
ión. «Tú... dijiste que me amabas. Dijiste que la dejarías. No me digas que a
Carla, por favor. Ahora no. Andrea está enferma». Su voz era baja, teñida
tes de que pudiera reaccionar, presionó sus labios contra los de él, un beso desesperado y hambriento. Él intentó apartarla, sus manos pl
jaban, se suavizaron, luego se envolvieron alrededor de su cintura, atrayéndola más cerca. Su bo
o con un triunfo posesivo. El rostro de Camilo estaba
la, su voz ronca. «Sabes que me deseas. No n
«Yo... no puedo», logró decir con voz ahogada, sus ojos cerrados con fuerza en
esperanza, el último destello de fe en sus promesas, s
brusco, abrí la puerta de golpe. El ruido repentino los hizo saltar

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